Será porque se mide en julios el motivo de que estemos sufriendo, o gozando, un julio caluroso.
El calor o la calor. Ambas son válidas, aunque el femenino sea más de uso en algunas zonas del país y Latinoamérica, dónde «la calor» es más exagerada. En termodinámica, el calor consiste en la transferencia de energía por lo que, este momento de altas temperaturas que disfrutamos, no es más que una sobrecarga de energía térmica producida por un sol justiciero de verano. En estos días de calor intenso se reiteran las mismas informaciones y consejos de siempre que, como ocurre cuando llega el frío, resultan exageradas sino alarmistas.
Uno, que ha vivido veranos en lugares tan tórridos como Tarragona, Madrid u Ourense, donde superar los cuarenta grados es lo normal, no deja de sorprenderse de la energía con que se aplican los informativos apocalípticos para asustar a la población, mostrando estas temperaturas como excepcionales y peligrosas. Que se hidrate, que vaya por la sombra, que se ponga un gorro y pantalla, que coma poco y no haga deporte en horas punta, que cierre las persianas en las horas más intensas, que no duerma con el aire acondicionado, que salga a la fresca cuando caiga el sol, etcétera. Bombardean a diario nuestros días como si el sentido común no nos llevase a esas soluciones obvias. Cierto es que existen bobos para todo y para esto de gestionar la calor también.
Pero este tipo de bobos son una minoría irreductible que desafía todas las leyes de la fisiología encontrando en sus bobadas el placer de sentirse invulnerables, aunque se queden tiesos de frío o licuados corriendo a las cuatro de la tarde. A estos hay que soportarlos como a la calor.