Las facturas de la guerra

Xosé Luis Barreiro Rivas
Xosé Luís Barreiro Rivas À TORRE VIXÍA

OPINIÓN

FERNANDO CALVO - MONCLOA | EUROPAPRESS

02 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Que las guerras salen caras, que las facturas hay que pagarlas y que el dinero siempre lo ponen los ciudadanos son constantes históricas que a nadie debieran sorprender. Lo que nos asombra es el tsunami de populismo que inunda las democracias avanzadas, que lleva a nuestros gobiernos a que, en vez de hablarnos de «sangre, sudor y lágrimas», como hizo Churchill, o de «el ciego sol, la sed y la fatiga / por la terrible estepa castellana, / al destierro, con doce de los suyos / —polvo, sudor y hierro— el Cid cabalga», que es la versión caballeresca de Manuel Machado, traten de convencernos de que todo se resuelve en glorias y ventajas, que nadie va a quedarse atrás, que si hace falta dinero ya lo ponen los americanos, y que en las guerras modernas, que responden a complejos avatares y usan armas cada vez más molonas —la comunicación, las redes sociales, las fake news, los drones, las sanciones y los héroes individuales—, casi todo sale gratis.

Cabe recordar que la última ratio de una intervención militar no puede ser el coste económico, ya que los otros valores que interesan los conflictos —la seguridad, el orden internacional, la libertad, los equilibrios armados y la cultura y dignidad de los pueblos— pueden justificar los sacrificios que hay que soportar. Pero, precisamente por eso, porque se supone que todo lo que se hace está muy bien pensado y medido, cabe exigir que se nos diga la verdad, se nos expliquen los cambios de estrategia o de cultura militar, y nos digan en qué formas y cuantías desembolsamos la pasta.

Por ejemplo, cuando un pacifista de rancio abolengo, como Sánchez, que hace un año aún tenía tentaciones de desdibujar el Ministerio de Defensa en la hojarasca de las emergencias, las misiones de paz y las intervenciones humanitarias, nos dice que hay que doblar el presupuesto de Defensa, al servicio de la OTAN, debería decirnos cuánto le debemos, qué plazo tenemos para pagar y qué motivos le movieron para pasar de ser un pacifista a un general honorario en la reserva. Cuando en la UE se toman decisiones como la de prescindir del 66 % del petróleo ruso, y el Banco de España nos indica que esto va a suponer una merma del PIB del 1,4 % y un aumento de la inflación del 1,2 % —que ya exigen urgentes medidas de control del BCE y de España—, cabe esperar que la señora Calviño nos cuente de qué va todo esto, o de qué vamos los españoles, manteniendo la política de «gastar, gastar y gastar» hasta que el burro de Hacienda reviente. Y también deberíamos saber si la fiebre atlantista que le ha entrado a nuestro Gobierno —«prietas las filas, recias, marciales»— es compatible con el new deal sobre el que hemos montado las relaciones con Marruecos (la zanahoria), y para el que ahora pedimos que la OTAN se ocupe del flanco sur (el palo), por si acaso.

No descarto que tales preguntas tengan adecuadas respuestas. Pero, para que una respuesta sea adecuada, hay que darla. Y de eso andamos hueros estos días, pisando charcos cuya profundidad se nos oculta.