Rafa Nadal: Mientras el cuerpo aguante

Rafael Arriaza DIRECTOR DEL INSTITUTO MÉDICO ARRIAZA Y ASOCIADOS

OPINIÓN

María Pedreda

02 jun 2022 . Actualizado a las 10:57 h.

Es difícil escribir algo que no se haya dicho ya sobre Rafa Nadal. La ventaja de dedicarse a cuidar deportistas es que vemos ejemplos de superación continuamente, y que estamos cerca de ellos disfrutando —y sufriendo, porque muchas veces sabemos, o nos tememos, lo que está penando esa persona— de momentos que hacen que este mundo sea un poquito mejor gracias a sus éxitos o su rendimiento y que nos ayudan a emocionarnos. Pero, a la vez, vemos cómo nada cae del cielo o surge de la nada.

Una de las cosas que siempre más me ha llamado la atención es confirmar el grado de disciplina que atesoran Rafa y su equipo, y que para mí se ejemplifica en el detalle del proceso de enfriamiento tras ganar la final del Open de Australia, en enero pasado: después de acabar el partido, y tras la entrega de trofeos (en la que Rafa tuvo que pedir una silla y solicitar que le llevasen la bolsa para volver a la zona de vestuarios, por el nivel de agotamiento que tenía), se popularizó un vídeo que recogía el momento en que saludaba a Rod Laver. Para ello, se levantó de una bicicleta estática en la que estaba pedaleando, le dio un abrazo e intercambió unas palabras —cortesía obligada cuando acababa de batir un récord mundial en la pista que lleva el nombre del ex tenista australiano—, para luego volver a la bicicleta y seguir pedaleando.

¿Qué hacía Rafa subido a una bicicleta después de cinco horas y media de correr por la pista a raquetazo limpio? Pues, simplemente, estaba siguiendo su estricta rutina de enfriamiento posesfuerzo. Y en esa rutina está la maravilla. Hay que pensar en la situación en la que estaba Rafa. Tan solo unos meses antes, prácticamente desahuciado por una lesión crónica, la enésima, partiendo antes del comienzo del partido claramente por debajo en los pronósticos de las casas de apuestas, y alcanzando un porcentaje de posibilidades estadísticas de lograr una remontada de tan solo el 4 % al final del segundo set. Y en esas, ser capaz de nadar contra corriente, enfrentarse a las estadísticas, al big data de las casas de apuestas y la cordura de prácticamente todo el mundo, para alcanzar un casi imposible. El canto de cisne soñado por cualquiera.

Y después habría que verse en la cresta de la ola emocional que supuso lograr aquella victoria. No una más, sino esa que lo coronó como el mejor tenista de la historia hasta el momento, y el primero en alcanzar los 21 títulos en los grandes torneos, para entender las ganas de celebrarlo que podría tener. Celebrarlo con su familia, con sus amigos, con su equipo. Y consigo mismo, por supuesto. Dejar atrás todo el sufrimiento y olvidarse de todo lo que no fuera dejar salir todas las emociones. Pero no. Tanto él como su equipo (que seguro que tenían tantas ganas de festejarlo como Rafa) se impusieron la moderación y siguieron la rutina que tienen marcada para todas las ocasiones. Se gane o se pierda, mientras el cuerpo aguante. Y esa es una de las razones por las que el cuerpo y la mente de Rafa aguantan. Hace lo que debe hacer, y tiene un equipo que sabe que también tiene que hacer lo que se debe hacer, y programar a Rafa para hacerlo. Seguro que no fue fácil. ¿Quién cree que es fácil decirle a tu jefe, que acaba de lograr algo que va a hacer que sea portada de todos los periódicos del mundo al día siguiente, que no puede irse a celebrarlo todavía, que aún le quedan 20 minutitos de bicicleta y un ratito de estiramiento antes de poder liberar toda la alegría que tiene en el cuerpo? Pero el jefe lo permite y lo alienta, porque sabe que es lo que toca hacer. Como antes tocó correr y disimular la fatiga, para que el rival joven empezase primero a dudar, y luego a sudar. Y por último, a quebrarse.

En esos gestos, en esa actitud, radica una parte del éxito del tenista que inspira a enfrentarse a lo que parece insuperable, a pesar de las excusas y los problemas, que sonríe con humildad cuando todo parece estar en contra, mientras bloquea los pensamientos negativos y se atrinchera en lo positivo, para seguir pensando, golpeando, corriendo. Mientras el cuerpo aguante. Y que lo haga por mucho tiempo.

¿Alguien duda de que después del partido contra Djokovic de esta semana el ritual se repitió? Eso sí, como en Australia, con la sonrisa que ha vuelto a romper los pronósticos. Pero conscientes de que aún queda camino -doloroso- por recorrer para lograr otro hito estratosférico, ganar su catorce Roland Garros.