Putin es ruso, pero no es comunista. No todos los rusos son comunistas, por más que a los neoliberales les interese dicha identificación, como les interesaba a los franquistas. La ultraderecha necesita un demonio: el comunista es el maligno y el comunismo es el mal. Desde la perestroika no es que todos los rusos sean comunistas, es que apenas quedan comunistas en Rusia, donde el menos comunista de todos es Putin. Cuando se disolvió el KGB, hace más de 30 años, Putin pasó de espía a alto cargo y comenzó una carrera política marcada por un anticomunismo visceral. Nunca reclamó la dictadura para el proletariado, sino para sí mismo.
Hay un momento en la historia reciente que explica esta contradicción. La OTAN había sido creada como organización defensiva frente al comunismo soviético. Cuando la URSS ya se había desintegrado, Putin propuso a Clinton la integración de Rusia en la Alianza Atlántica. La respuesta fue negativa, con excusas como que la OTAN no estaba para defenderse del comunismo sino de los ataques a la democracia liberal. Putin, que siempre fue anticomunista, se fue haciendo cada vez más nacionalista, expansionista e imperialista, además de mesiánico, por influencia del cristianismo ortodoxo.
Putin no vino de la mano de Gorbachov, sino que fue la mano derecha de Yeltsin. La mano que empujó fuera de la vida pública a los disidentes, también comunistas. La mano que cogió del hombro a Jeffrey Sachs para que explicase la libertad de mercado a los empresarios rusos. La mano tendida a los oligarcas para garantizarles privatizaciones y negocios opacos. La mano que abrió la puerta de Rusia al capitalismo más salvaje. Aun así, la mitad de los españoles siguen creyendo que Putin es comunista, como creen que el comunismo es el marxismo. Están de vuelta del marxismo sin haber ido; se quedan con su degradación en regímenes totalitarios, no con su relevancia histórica. Crean lo que crean, Putin no es comunista.