De pronto, llegó ella. Le cortaban el grifo a pesar de que vendía que era la voz de su generación. O al menos de una generación. O quizá solo una voz. No hacía falta más. En realidad, no hizo falta nada. Despojó a la jungla de cristal de ese halo de glamur, de un maremágnum de fiestas elitistas y ropa de grandes marcas. El epicentro del terremoto se había desplazado a Brooklyn (en realidad sí que era el nuevo Manhattan). Piso compartido, trabajos precarios, parejas caducadas. Relaciones de una noche, cuerpos diversos, amigas insoportables, drogas, Japón, relaciones tóxicas, tatuajes, padres con problemas, enfermedad mental, empresas tecnológicas y carreras de actor frustradas.
El fracaso. Una ciudad inhóspita por la que a veces caminar como una heroína y otras tantas sentirse vapuleada. Una generación en continua crisis, buscándose a sí misma, reconstruyéndose de la nada. Ser egoísta, utilizar a la gente, querer ser protagonista. De vez en cuando volverse una villana. Dramatizar una y otra vez, porque siempre podrías haber vuelto a casa. Diez años de ella, de la voz, la suya. Su propia experiencia atravesando como una daga la pantalla. Un retrato generacional desde una individualidad malsana. Lena esa fue la auténtica grandeza de Girls. Es que no había quien te aguantara.