¿Qué fue del «Showtime»?

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

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14 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Ahora que LeBron James y compañía acaban de sufrir uno de los mayores fiascos de su historia (se han quedado fuera de los play-off, con un balance paupérrimo de 33 victorias y 49 derrotas en la temporada regular), es un buen momento para ver la serie Tiempo de Victoria: La Dinastía de los Lakers, que se estrenó el 6 de marzo en HBO. Dirigida por Adam McKay, cuenta con un reparto coral liderado por John C. Reilly, ese espléndido secundario que aquí encarna al empresario Jerry Buss, propietario de Los Angeles Lakers durante la década de los 80 y artífice de un equipo que trascendió lo deportivo para convertirse en un símbolo del glamur de la ciudad californiana y la chispa que encendió el negocio de la NBA a nivel planetario.

La serie comienza precisamente con la compra del equipo por Buss y la llegada de Magic Johnson, protagonizado por Quincy Isaiah, actor prácticamente inédito pero cuya sonrisa encaja bien con la del mítico jugador de baloncesto. Hay otros intérpretes más conocidos, como Adrien Brody, en el papel del relamido entrenador Pat Riley, o Sally Field, en el de Jessie Buss. Pero claro, la gracia no está en el elenco, sino en todos esos personajes reales que trufan la historia y que forman parte del imaginario colectivo de la mejor generación del baloncesto de todos los tiempos: Kareem Abdul-Jabbar, Jerry West, los célticos Red Auerbach y Larry Bird, David Stern...

Los entresijos económicos de una franquicia como los Lakers, el nacimiento de las cheerleaders o animadoras tal y como las conocemos hoy, los contratos de patrocinio —genial la secuencia del gran error de Magic al elegir a Converse frente a una nueva marca llamada Nike y que le iba a pagar con 100.000 acciones: hoy valen 5.200 millones de dólares—, la gestión de una plantilla repleta de egos o la irrupción de las estrellas de Hollywood y de la música en el mundo de la competición son algunas de la líneas argumentales de una serie que no es redonda, pero que entretiene y encima tiene humor. Solo hay una cosa que no es capaz de reflejar con fidelidad lo que fue aquel equipo y aquella era del Showtime: las escenas de juego no pueden igualar la endiablada velocidad de las transiciones, los pases y jugadas de fantasía de una época en la que los triples no le interesaban a nadie.