El periodismo lleva debatiendo desde el 2000 sobre el reportaje fotográfico que ese año realizó en una playa de Zahara de los Atunes Javier Bauluz. En la decena de imágenes publicadas en la revista Magazine bajo el título Muerte en el paraíso se retrataba la terrible convivencia de unos turistas tendidos al sol y el cadáver de un inmigrante africano que fracasó mortalmente en su intento de alcanzar la orilla. Las imágenes eran de un simbolismo terrible: en un mismo plano convivían la indiferencia impertérrita del veraneante con la muerte de un hombre que buscaba una vida mejor.
Pocos días después de publicarse el reportaje, Bauluz fue acusado de manipular la realidad jugando con la profundidad de campo y las distancias. Turistas e inmigrantes no estaban tan cerca como parecía en las fotos y en la escena completa participaban más personas. O sea, la terrible pasividad de unos quedaba disuelta por una cuestión de metros y la denuncia de Bauluz, reconocido entre otros con un premio Pulitzer, servía no se sabe muy bien a qué intereses por la vía de un oportunismo ramplón. En realidad, Bauluz se sirvió de su talento y de su oficio como fotoperiodista para denunciar una evidencia vergonzosa que el encuadre confirmó: la indiferencia de unos frente al infierno de otros.
Reaparece este conocido debate tras constatar el empeño con el que algunos retratan estos días el supuesto desabastecimiento de los supermercados coincidiendo con la guerra en Ucrania. Planos preparados de estanterías vacías que trasladan una ansiedad doméstica que la realidad desmiente a poco que se empuñe el carro de la compra y se penetre en la jungla hiperdotada de la comida. Esto sí que es oportunismo.