Escupir en la calle

Cristina Sánchez-Andrade
Cristina Sánchez-Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

ALBERTO LOPEZ

02 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace justo cuatro años estuve en la India. Era mi primer viaje a este insólito país y todo me impactó: el olor a jengibre mezclado con el de la suciedad u orina; la oscura e impenetrable mirada de algunos hombres o mujeres que, sentados de cuclillas en el quicio de las puertas, te observan en silencio; los árboles de retorcidos troncos y hojas tan grandes, capaces de cobijar a familias enteras; los ladridos de los perros y los balidos de las cabras; la música por todas partes; los puestos de brillantes baratijas; el chop chop de los ajos al ser troceados al pie de una casa; la risa de los niños; la belleza de los coloridos saris o el ruido de los cláxones de los coches. Esta intensidad emocional aumenta cuando entras en el metro: en el subsuelo de Calcuta, por ejemplo, palpita la India más perturbadora. Allí hay pequeños altares construidos con flores de plástico, vagones femeninos para que las mujeres se libren del sobeteo de los hombres y carteles prohibiendo todo tipo de cosas, entre ellas, la de escupir.

Esto último me recordó a algo que siempre cuenta mi madre. Siendo inglesa, una de las cosas que más le impactó, allá por los años 50, cuando llegó a España, fue su entrada por primera vez en el metro de Madrid. Y es que, no solo había escupideras, sino que, como en la India, había letreros por todas partes que prohibían lanzar lapos al suelo. Siempre que lo escucho, me digo que menos mal. Menos mal que eso ya lo tenemos superado.

O al menos es lo que me pensaba hasta hace poco, cuando viajé a una población pequeña del sur del España para acudir a un acto literario. Amanecí temprano y me fui a dar un paseo. No había ni un alma por las calles. Caminaba ensimismada, oyendo el piar de los pajarillos, cuando a la altura de la plaza del ayuntamiento, un gorjeo estremecedor rasgó el silencio de la mañana. Los gorriones callaron. Tras el gorjeo, llegó un carraspeo y luego un sonido de flemas que bullen en el pecho y trepan por la garganta. Me pareció ver algo volando por los aires. Dos segundos después, ahí estaba el escupitajo. Verde. Viscoso. Con la consistencia del Blandi Blup con el que jugábamos de pequeños. Una voz interior me dijo que huyera, y eso hice. Aunque cuando llegué a una esquina, no pude evitar volverme. De lejos, observé como un tipo (no tan mayor como había pensado) se limpiaba la boca con la manga de la cazadora.

De camino al hotel, pensé que ahora, con la pandemia, ya no es solo sorprendente ver a alguien escupir en la calle. Ahora es sobre todo inquietante.