¡Que España nos roba, manitos!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Sáshenka Gutiérrez | Efe

11 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Imaginemos a cualquiera que intentase justificar sus desventuras culpando a sus tatarabuelos de la herencia recibida. Todos pensaríamos de inmediato que tal sujeto es un cara o un gandul. Es decir, alguien que cree, o dice creer, que los seres humanos somos incapaces, con sana ambición, honestidad y esfuerzo, de cambiar de mala a buena nuestra estrella.

Pues bien, multiplicando el tátara varias veces, el presidente mexicano López Obrador se ha empeñado en culpar a España, por un domino colonial que terminó a comienzos del siglo XIX, de los males de la República que preside el político izquierdista. Males que son muchos: el control de amplias zonas del país por carteles de la droga, que someten a la población a una sangrienta dictadura (basta leer las estremecedoras novelas El poder del perro o El cartel, de Don Winslow); una galopante desigualdad que mantiene a gran parte de los mexicanos en la indigencia más severa; una devastadora corrupción extendida por todos los niveles de unas administraciones incapaces de cumplir con sus funciones; o una delincuencia encanallada (robos, violaciones, asesinatos, secuestros, extorsiones) que convierte para millones de mexicanos la vida cotidiana en un infierno.

La primera vez que viajé a México, un país de una belleza impresionante, solo comparable a su mal aprovechada riqueza natural, me contaron una anécdota que ha permanecido para siempre en mi memoria: un niño de 8 o 9 años que celebraba el cumpleaños salió de su casa a buscar unas cintas magnetofónicas al coche de su padre y unos ladrones que intentaban llevarse el automóvil le descerrajaron cuatro tiros y lo dejaron muerto en plena calle.

De estas desgracias —que López Obrador ha sido incapaz de corregir pese a sus promesas de que con él iba a nacer un nuevo México, seguro, justo y limpio— son, dice el demagogo presidente, corresponsables los españoles, que según él saquearon y aún saquean el país, con lo que el nuestro se equipara ahora a EE.UU. (los gringos) en la explotación que, según una teoría tan extendida como falsa, mantiene a cientos de millones de personas en el mundo en el subdesarrollo y la pobreza.

López Obrador sabe, por supuesto, que esa explicación es una invención, que con el gran argumento populista —un enemigo exterior— intenta justificar su fracaso político, que ya es estrepitoso. De hecho, ese fracaso puede extenderse a toda la élite política mexicana —la de ahora y la de antes— que lleva decenios administrando el país como una finca particular que hay que explotar sin miramientos durante el tiempo de ejercicio del poder. La brutal corrupción, origen de una completa ineficacia del Estado para combatir los problemas nacionales, es la verdadera causa de una situación en la que todo se encadena para producir un resultado desastroso: a más pobreza, más delincuencia, y a más delincuencia, más pobreza. Un círculo vicioso que, ¡bribones!, no se rompe echando abajo estatuas de Colón o Hernán Cortés o con la majadería de «una pausa» con España.