Un niño pierde un testículo: nuestra querida «insanidad»

Carmen Flores López PRESIDENTA DEL DEFENSOR DEL PACIENTE

OPINIÓN

Martina Miser

10 feb 2022 . Actualizado a las 10:47 h.

Acabamos de conocer una sentencia que certifica un error de diagnóstico que llevó a extirparle un testículo a un niño de Pontevedra. Estamos viviendo una situación de desesperación en nuestra sanidad pública y por ende también en la privada. La pandemia ha sido el gran reflejo de que no estábamos preparados y ha puesto en evidencia un sistema, ¡maravilloso!, que hace agua por todas partes, algo que llevamos años denunciando. Falta de personal, listas de espera, urgencias saturadas, convirtiendo la atención primaria en la hermana pobre de la sanidad. Y eso tiene consecuencias muy graves para los sanitarios, pero sobre todo para los pacientes porque son enfermos. Ni los unos ni los otros son responsables de la inutilidad de gestión política de las administraciones de norte a sur de nuestro país.

Comprobamos desigualdades por todas partes. ¿Vivimos en 17 países? Parece que sí. Hablan de una sanidad universal, pero lo cierto es que no es ni tan universal ni tan igual. Si sales de tu comunidad autónoma tienes que llevar tu tarjeta sanitaria y un carta de desplazamiento, como si fueras a otro país. ¿Dónde estamos?

Esta situación ¿qué está provocando? Que dejen a un niño sin un testículo, a una mujer sin su bebé... Hay miles de casos dramáticos, a los que se suman los de aquellas personas que están esperando en esas listas que yo llamaría de la desesperación y de la muerte, porque en muchos casos cuando llegan al tratamiento, al diagnóstico, ya no hay nada que hacer. Perdieron su salud o, incluso, su vida. Son situaciones que con más medios (técnicos y humanos) y voluntad política se reducirían ostensiblemente. A todo ello se suma la situación de continuados recortes y copagos que vamos sufriendo y que afectan, por ejemplo, al servicio de comidas, en los que hay errores que sufren los usuarios. A mayores, surgen situaciones como abonar el pago para que funcione la televisión, poder aparcar en el centro hospitalario o tomarse un café, servicios todos ellos que se utilizan pero que, sin entenderse, tienen un coste más alto que fuera de los centros sanitarios.

Nuestra vida es sagrada y nadie puede arrebatárnosla por acción u omisión.