El póker ucraniano

OPINIÓN

PILAR OLIVARES

24 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Europa, unida o desunida, ya no es defendible por sí misma, porque somos un enjambre de estados, diplomacias, alianzas y ambiciones, que, desde las guerras napoleónicas, siempre tuvimos necesidad de actores externos que viniesen a detener la matanza y salvar la civilización europea. Y en ese contexto, vista la destrucción física y moral de las guerras del siglo XX, se crearon dos figuras sintéticas —la Unión Europea y la OTAN— llamadas a evitar nuevos conflictos, y a generar una fuerza militar tan grande y multipolar que pudiese neutralizar el militarismo patriótico que siempre degeneró en apocalípticas hecatombes.

Pero estas dos instituciones tenían dos riesgos inherentes que nadie previó en su ruda crudeza. El primero era la supervivencia, hoy confirmada, del nacionalismo rancio y del chauvinismo de garrafón que impidieron culminar la unión pacífica de Europa, donde perviven 27 ejércitos, 27 diplomacias y 27 himnos y banderas. Y el segundo era la posibilidad, también confirmada, de que la OTAN no pasase de ser el trampantojo que oculta al primo de Zumosol, lo que llevó a Europa a que, en vez de generar su defensa y su política exterior, apostase por disimular su debilidad detrás de las maniobras conjuntas y las intervenciones humanitarias, mientras delegaba en el Pentágono la defensa de Europa y los equilibrios mundiales. Y así llegamos a este repentino furor prebélico, en nuestras propias fronteras, en el que ya no podemos ocultar que en esta mesa de póker solo están Putin y Biden, y que la UE, que presume de estar informada de todo, no es más que un cero a la izquierda —porque a convidado de piedra no llega— en la gestión diplomática y militar de su defensa.

También sucedió que los antiguos protagonistas de la guerra fría —USA y URSS— evolucionaron militarmente por derroteros distintos, de forma que mientras los americanos, lejos de las fronteras calientes y protegidos por dos océanos, se especializaron en la guerra móvil y en la capacidad de intervenir en cualquier punto del planeta, los rusos se mantuvieron en los ejércitos clásicos, dispuestos solo a asegurar y ampliar su territorio. Y eso hace que, para entendernos, mientras América se preocupa por cazar meteoritos, los rusos andan moviendo los marcos de su finca, para regresar, con bastante nocturnidad, al latifundio de la URSS.

Por eso sucedió que Europa no midió la jugada de Putin, y que Biden la mide, desde la distancia, con la pauta estratégica del gendarme universal que ya no puede ser. Y por eso estamos ante un dilema que solo puede terminar mal. Porque, si Biden hace las cesiones necesarias para detener una «ligera invasión», habremos perdido el pulso antes de iniciarlo. Y, si aprovecha la ocasión para meter a la U.S. Army en el partido, todo terminará en sanciones que serán fatales para Europa, pero se limitarán a hacerle cosquillas a Putin. Todo lo cual sucede porque la OTAN, que solo habla inglés, se olvidó del aforismo más viejo y manido de la guerrera Europa: si vis pacem para bellum («si quieres la paz, prepara la guerra»).