Elogio de la lengua portuguesa

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

Ed

05 dic 2021 . Actualizado a las 17:31 h.

Vi que, a raíz del recrudecimiento de la pandemia en todo el mundo, en Portugal se acaba de declarar el estado de calamidade. Dejando a un lado la mala noticia en sí, me distraje pensando, una vez más, en el talento del pueblo portugués para las palabras. Ni emergencia ni alarma. En efecto, lo que se nos ha caído encima es lo que dicen nuestros amigos portugueses: una calamidad pura y simple. Es incluso más correcto etimológicamente, porque calamidad en latín significa, entre otras cosas, una plaga.

Con toda justicia, se ha glosado muchas veces ya la belleza de la lengua portuguesa. No voy a hacerlo yo aquí, entre otras cosas, porque, para un gallego, hablar de la hermosura de ese idioma es como una amiga que tenía yo que se pasaba el día diciendo lo guapísima que era su hermana gemela. Pero sí me gustaría hacer un elogio poco científico, pero muy sentido, de ese otro aspecto del portugués: el de sus aciertos léxicos y su sentido práctico. Siempre me ha parecido que, con esa capacidad que tiene para jugar con lo arcaico y lo popular, es como la lengua de un erudito profesor de gramática jubilado que vive en un barrio obrero. Me admira su maravillosa normalización de la hipérbole, como cuando al fumador se le da el rotundo nombre de fumante. O esa grandiosa expresión, alcoólatra, que hace del infeliz alcohólico un personaje aún más trágico, un idólatra del alcohol. Cansativo, en vez de cansino, adquiere la seriedad gramatical de un caso que se declina, mientras que cabeleireiro es un peluquero que a la vez se comporta como un caballero, que es exactamente como son los peluqueros portugueses, unos dandis de la navaja.

A veces, al hablante foráneo le puede parecer que el portugués juega al escondite, como cuando resulta que secretária significa escritorio, pero escritório significa oficina, pero oficina significa taller, y taller mecánico se dice borracharia, aunque todos los mecánicos sean rigurosamente abstemios. Es una lengua que parece poseída por un espíritu rebelde que ama la paradoja y la contradicción, en la que esquisito significa raro y espantoso significa asombroso. En lingüística se llama falsos amigos a estas palabras y frases que suenan igual o casi igual que otras en otro idioma, mientras que en realidad significan otra cosa. Pero en la lengua portuguesa, hasta los falsos amigos resultan ser bastante fiables: el portugués exprimir me parece más descriptivo que el español expresar, porque es esa la sensación que uno tiene a veces cuando encuentra difícil expresar un pensamiento; los niños nunca juegan tanto como cuando brincan; cuando uno bromea es cierto que generalmente goza, y los comentarios, cuando son de verdad graciosos, parece que se deslizan como si estuviesen engraçados. A veces, más que falso, el falso amigo es un poeta surrealista que toma café en A Brasileira o en Nicola, y de ahí que perejil en Portugal se diga salsa, mantel se diga toalha o que presunto signifique jamón (por culpa de eso, a mí la novela negra me da hambre).

Estado de calamidade. La expresión en sí misma, por desgracia, no hará nada por aliviar la preocupación y el sufrimiento de los portugueses ni el nuestro. Las palabras no son mágicas y no pueden cambiar la realidad, aunque a veces dé esa impresión, porque la realidad sí que hace cambiar las palabras. Pero al menos nos pueden proporcionar un placer modesto: el de saber que hemos acertado con el nombre de la cosa, que hemos llamado a las cosas por su nombre.