Cataluña: los idiomas no se imponen

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

ESTHER TABOADA

26 nov 2021 . Actualizado a las 10:05 h.

De vez en cuando viajo a Barcelona con la intención de hacer una cata de la temperatura independentista, aunque sea superficial. Hace unos días lo repetí, con este resultado: el panorama no tiene nada que ver con el encontrado hace, por ejemplo, cinco años. Hago la advertencia de que Cataluña no es Barcelona, ni mucho menos. Barcelona, a pesar de su crisis y a pesar de su aldeanismo municipal, es una ciudad abierta, mientras que en el interior de la comunidad autónoma hay grandes zonas donde el concepto España y el sentido de pertenencia a España ha desaparecido hace mucho tiempo. Por lo tanto, mi percepción no aspira a tener valor representativo.

Lo que puedo decir tras este viaje a Barcelona es que hay menos y más viejas esteladas en los balcones, aunque se ven bastantes; que los taxistas hablan mal de Colau y bien de Díaz Ayuso, a la que adoran mucho más que Pablo Casado; que se percibe decepción por la política y desconfianza en los gobernantes; que la ciudad está descuidada; que los restaurantes se han vuelto a llenar y que se habla más en castellano. Al principio pensé que ese descenso del uso callejero del idioma catalán era una impresión auditiva, debida quizá a la presencia de turistas por la calle, pero no. El editorial del diario La Vanguardia de ayer indica que la situación es todavía peor que la percibida por este cronista: «La politización de la lengua —escribe el editorialista— está (…) en la bajada en picado del uso del catalán entre los jóvenes».

La pregunta que creo pertinente es por qué desciende el uso del idioma después de tantos años de inmersión lingüística; después de la vigilancia de la educación, que controla cómo hablan los chicos en los recreos; después de la rotulación obligatoria de comercios; después de todas las campañas, del uso del catalán en todos los estamentos políticos y profesionales, y después de tanta marginación en las administraciones públicas de quienes hablan castellano.

Encontré explicaciones que atribuyen la culpa a las nuevas tecnologías. Si así fuese, habría que pensar que puede ocurrir algo parecido con el gallego. Pero no descarto otra tesis: el manejo del catalán entre jóvenes desciende como reacción a la imposición política. Es una forma de rebeldía. Y es la confirmación de que los idiomas no se pueden imponer, en este caso ni el castellano ni el catalán, cosa que debería saber Pablo Casado cuando habla de aprobar un 155 educativo, qué inmenso error. Los idiomas se extienden o se reducen según su utilidad práctica y, si me apuran, según se pongan o pasen de moda. Por eso me parecen poco significativas esas sentencias que obligan a que el 25 por ciento de la enseñanza sea obligatoriamente en castellano. ¿Y por qué no el 30 por ciento? ¿Y por qué no la mitad? Lo grave no es el porcentaje. Lo grave es que se utilice el idioma como arma de ruptura nacional.