Que vuelva la mili, ¡ar!

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Youngkyu Park

21 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Somos unos flojos. Papel de fumar. Me llega el siguiente mensaje y tiene razón: «Nos viene bien saber que hay un cierto nivel de exigencia. Y eso es para todos los órdenes de la vida. Estamos todos muy acomodados en general». Cierto. Todo está lleno de flojos y ofendiditos. Da igual a dónde mires. Nos atraen las zonas de confort. Siempre ha sido así. Nos tira la rutina, la ruina de la rutina. Somos como mascotas amaestradas que repetimos los días sin darnos cuenta de que son únicos. Ni un día vuelve.

Ahora encima las zonas de confort han ido a peor. Las zonas de confort que nos confortan son digitales. Nos asesina la rutina digital, donde no hay contacto ni tacto. No hay huella. No hay piel. Hemos perdido la piel, lo más importante del ser humano. La piel que vive, que acaricia, que se humedece, que suda se convierte en pergamino, en sagrado pergamino. Cada vez nos arriesgamos menos. Cada vez nos perdemos más cosas. Vamos camino de ser baúles vacíos, sin una canción que recordar. Lo más importante que nos ha pasado últimamente fue ver la serie de El juego del calamar.

Llevo a propósito el mensaje de pasar a la acción al extremo con ese título reclamo publicitario descarado del artículo de Que vuelva la mili, ¡ar! No hay que volver al peor pasado, pero está claro que, con este lío de los exámenes y de pasar curso con suspensos, estamos abonando a las generaciones que vienen a que se queden sin los beneficios de la cultura del esfuerzo, en la que crecieron y se dejaron la vida nuestros abuelos y padres. Estamos criando a unos chavales, que ahora podrán suspender, entre algodones. Los paseamos por parques infantiles acolchados y luego los encerramos en sus habitaciones con un ordenador para que jueguen con sus amigos a distancia y, de paso, nos dejen en paz, que también hay mucha comodidad en dejarlos a su bola.

Hoy todo está a mano de un clic. Todo es fácil o facilísimo. Para consumirnos con el consumo no necesitamos ni salir de casa. Nuestros chavales y nosotros. Todos vivimos encerrados en cuartos y creemos que vemos y dominamos el mundo por nuestras relaciones virtuales por las redes sociales. Está muy bien que se haya multiplicado la comunicación por millones. Está genial que Google, si se sabe utilizar, sea una especie de biblioteca universal, pero todos estos avances no son más que retrocesos si nos quedamos con el culo sentado en el asiento y la nariz pegada a la pantalla. El ser humano pierde sentido sin el gusto. ¿Dónde han quedado la maravilla de los olores? ¿De verdad pensamos que llegaremos a algún lado olfateando como cachorros el único olor de nuestro cuarto?

La vida es difícil de por sí. No necesitamos un nuevo servicio militar, pero más de uno precisaría más instrucción con los demás, aquellas anécdotas para siempre de la mili, de los colegios mayores, y menos onanismo digital. Los situaríamos en el camino de ponerse las pilas. Amamos los derechos, pero odiamos los deberes. Y no hay derechos sin deberes. Tenemos que dejar de ser una sociedad floja.