La quiebra de un pacto histórico

Fernando Ónega
fernando ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Ciudadanos en la votación del referendo para aprobar la Constitución de 1978
Ciudadanos en la votación del referendo para aprobar la Constitución de 1978 ALBERTO MARTI VILLARDEFRANCOS

18 nov 2021 . Actualizado a las 08:54 h.

Cuando Rodríguez Zapatero informó al rey Juan Carlos de su intención de promover una Ley de Memoria Histórica, el entonces jefe del Estado le dijo algo así como que no acababa de verla. Pero, dadas sus limitaciones constitucionales, el rey se abstuvo de hacer cualquier otra indicación. Era lógica la incomodidad del rey: por justificada que estuviese la ley, abría el portón de los cocodrilos, en el que están los rencores históricos, las heridas mal cerradas de las dos Españas y las ansias de venganza que persisten en un país que ha sufrido la crueldad de una guerra civil. A veces las secuelas de un conflicto como el español duran varios siglos.

Zapatero, que se consideraba con la «misión histórica» de conectar con la legalidad republicana de 1931 y curar las heridas que habían quedado abiertas en la Transición, actuó de acuerdo con esas creencias. Tenía razón en el fondo, pero el desafío resultaba ingenuo y, por ingenuo, peligroso. Lo estamos viendo en la tramitación de la reforma de esa primera Ley de Memoria Histórica, que ahora se llama Memoria Democrática. Primero fue el acuerdo de siete partidos soberanistas para que esa ley retire el título de rey, por su origen franquista. La iniciativa sería respetable, si no fuese por un pequeño detalle: una ley ordinaria, aunque sea orgánica, no puede anular lo que está en la Constitución. Como los firmantes de la iniciativa lo saben, es fácil deducir que su objetivo no era aprobar la propuesta, sino incordiar. Solo lo consiguieron a medias.

Más preocupante es el frente formado por Esquerra Republicana y Bildu para que esa ley anule la Ley de Amnistía de 1977. Supongo que conseguirá más adhesiones de otros partidos soberanistas, como el BNG, pero el asunto de debate no es la mayoría que se pueda formar, sino lo que supondría anular la norma del 77. Se nota que los jóvenes revisionistas de hoy tienen de todo, menos precisamente memoria histórica. Con aquella ley, segunda amnistía del reinado de Juan Carlos I y del Gobierno de Adolfo Suárez, se pretendió buscar una España en la que cupieran todas las ideologías y ninguna de ellas fuese objeto de persecución y, por supuesto, se anulaban todos los «delitos» políticos, incluidos los del franquismo.

La sociedad de entonces aceptó y aplaudió aquella amnistía. Le pareció una medida valiente y patriótica, que no solo vaciaba las cárceles, sino que simbolizaba el perdón mutuo, de una parte y de la otra. España necesitaba aquel gesto de reconciliación, porque la Guerra Civil quedaba 44 años más cerca que ahora y las heridas franquistas todavía sangraban. Una de las explicaciones que los proponentes de revisiones de los pactos históricos nos deben es por qué lo hacen; por qué para ellos es tan negativo lo que con tanta alegría celebraron sus padres; qué creen que se gana creando gravísimos problemas que sus antecesores habían superado.