Le llamamos democracia

Carlos G. Reigosa
carlos g. reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

Eduardo Parra

15 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Vivimos en una democracia, es cierto, pero no todo lo que ocurre en ella es democrático. Nuestros políticos se saltan con frecuencia aspectos esenciales que llevan a la desconfianza y al desencanto. Como bien ironizaba Winston Churchill, sigue siendo cierto que «la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás». Pero esto no significa que consienta todo exceso, laxitud o contradicción. La democracia, para poder recibir en verdad este nombre, debe ser «el Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», en frase harto repetida de Abraham Lincoln. Porque este es, sin duda, el menos malo de los sistemas políticos. 

¿Qué está fallando entre nosotros? Es de temer que más cosas de las debidas, porque, aparte de los aspectos formales, se ponen en cuestión otros de naturaleza sustantiva, que pueden desfigurar actitudes irrenunciables, condenándonos a trampear entre la esperanza y el desengaño. Algo que debieran de plantearse nuestros políticos en general, porque fuera de la creencia en el sistema democrático no hay nada confiable. El espectáculo que en España protagonizan ahora nuestros políticos deja mucho que desear, porque sus intereses particulares relucen con mucho más brillo que su abnegación por alcanzar los mejores acuerdos para el bien común. Y, peor todavía, a veces parece que el desacuerdo y la confrontación agria semejan ocupar los primeros puestos entre los objetivos a lograr. Como si el respeto, el entendimiento y el acuerdo pudiesen ser muestras de debilidad. Y como si el tono bronco y desafiante pudiese ser el más adecuado para demostrar que se defiende una causa con más ahínco y entereza.

Veo difícil volver a tiempos de más cordura y menos beligerancia, quizá porque algunos —los que han forjado su carrera política en el desafío y la alharaca— no están seguros de salir ganando si moderan su discurso y se prestan a negociar como se debe hacer en una democracia sólida y consolidada, que es lo que se supone que tenemos los españoles ahora y que debe mejorar y perdurar. Porque también esto es posible y necesario. Le llamamos Democracia, sí, pero es algo que no admite trapicheos o claudicaciones.