La España que pudo ser y no fue

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

BENITO ORDOÑEZ

09 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Se cumplen mañana dos años de las elecciones generales que alumbraron el primer Gobierno de coalición de la democracia. Se han escrito ya, y se escribirán, multitud de balances y análisis de la gestión de este Ejecutivo. Nadie ve la botella completamente llena, porque es imposible verla así mientras haya datos espeluznantes como el de que nuestra tasa de desempleo (14,3 %) duplique la de la Unión Europea (6,9 %) y solo sea superada por Grecia (14,6 %), o el de que el paro juvenil alcance un deprimente 31,15 %. Pero sí hay quien ve la botella medio llena y quien la ve medio vacía. Todos esos análisis de la realidad me parecen respetables. Pero yo quisiera hoy adentrarme en el género de ficción y analizar lo que pudo ser y no fue.

Después de una fase muy convulsa, que arrancó en el 2015 con unas elecciones que parieron un Parlamento ingobernable, siguió luego, tras la repetición de los comicios, con un Gobierno muy inestable del PP en precario, y acabó con la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa; las urnas dibujaron por fin en abril del 2019 un escenario propicio para la estabilidad y la moderación en un momento en el que España las necesitaba más que nunca.

Mientas la derecha del PP penaba sus errores con unos magros 66 escaños, fueron 123 diputados para la socialdemocracia del PSOE y 57 para un partido de centro como Ciudadanos. Una holgada mayoría absoluta de 180 actas que permitía un Gobierno estable, capaz de afrontar las reformas que España necesitaba y de sacar cuatro ejercicios presupuestarios sin someterse a chantajes de ningún tipo. El contrapeso en un mismo Ejecutivo de un partido de izquierda y uno liberal garantizaba la protección de los más desfavorecidos junto a políticas fiscales generadoras de empleo. Un escenario democráticamente ideal.

Increíblemente, a aquel Gobierno no se le dio la mínima oportunidad. Albert Rivera pudo ser vicepresidente, pero puso su ambición por encima del bien del país. Y tampoco Pedro Sánchez envió una sola señal ni hizo gesto alguno que permitiera explorar esa vía. En lugar de encabezar un Gobierno parlamentariamente fuerte, con 180 diputados, pretendió gobernar en solitario, sabiendo que eso le dejaba a él —y a España— a merced de un partido radical y antisistema como Podemos, de unos independentistas catalanes que acababan de perpetrar un golpe y de los herederos de ETA. Y así fue, tras pasar de nuevo por las urnas.

Pensar en lo que habría sido España en estos dos años con aquel Gobierno PSOE-Cs y en lo que se ha convertido con un Ejecutivo sometido al chantaje permanente de los enemigos de la nación, con la Constitución cuestionada desde el propio Gobierno, con una surrealista batalla sobre la reforma laboral no entre los agentes sociales, sino en el seno de la propia coalición, y con una relación tóxica del poder ejecutivo con el poder judicial es un ejercicio depresivo. Uno de los culpables de aquel despropósito y de sus nefastas consecuencias lo pagó siendo expulsado de la política. El otro, por ahora, sigue siendo presidente del Gobierno.