Gobierno marxista y reforma laboral

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Jorge Armestar | Europa Press

03 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Llevo días tarareando, a ratos y casi sin darme cuenta, una célebre canción de Marisol («La vida es un tómbola, tom, tom, tómbola…»), porque la letra de uno de los temas musicales más conocidos de aquella repipi niña prodigio le va como anillo al dedo al lío formidable de la negociación sobre la reforma laboral en que nos ha metido Pedro Sánchez. Un astracán que da tanto para reescribir la teoría constitucional sobre el funcionamiento del poder ejecutivo como para hacer una screwball comedy (comedia alocada) donde la acción, tan trepidante como irreflexiva, no nos deja un minuto de sosiego.

Con un Gobierno normal, el procedimiento de negociación funcionaría más o menos como sigue: el Ejecutivo, cuya posición debe ser siempre el punto de partida de cualquier acuerdo porque él es quien tiene en sus manos el Boletín Oficial del Estado, trataría con los agentes sociales (patronal y sindicatos) teniendo a la vista las exigencias europeas e intentando —al contrario de lo que hizo el PP en su día, con el desastroso resultado que ahora contemplamos— incluir también en el acuerdo a la oposición mayoritaria, para dar estabilidad en el tiempo a un asunto de la extraordinaria importancia del marco regulador de las relaciones laborales.

¿Lo ha hecho así el Gobierno que preside Pedro Sánchez? Ni de lejos: en primer lugar, el Gobierno no tenía hasta ayer una posición sino al menos dos (las de sus vicepresidentas primera y segunda), sin que nadie sepa cuál era al respecto la de quien las nombró a ambas formalmente (pues a Díaz la designó realmente Pablo Iglesias). Y es que Sánchez, como en su caso suele ser habitual, ha dicho y firmado en repetidas ocasiones una cosa y su contraria: que hay que derogar totalmente la reforma, que hay que derogarla parcialmente (sin especificar qué debe caer y qué permanecer), que hay que eliminar sus partes más lesivas (sin aclarar cuáles)… y un largo etcétera, que depende de quien sea su interlocutor o del pie con que se levante de la cama.

Además, y dada la falta de posición del presidente, que debería dirigir el Ejecutivo pero no lo hace si un tema es espinoso, su vicepresidenta segunda se dedicó a negociar por su cuenta con los sindicatos, sin informar de ello al Gobierno (no sabemos si a Podemos, pero varios de sus dirigentes dicen que tampoco), lo cual resulta sencillamente demencial y pone de relieve lo que aquí mismo comentaba el otro día: que en los gobiernos de coalición cada coaligado hace la guerra por su cuenta.

El final de la fantochada a la que llevamos meses asistiendo culminó ayer en una negociación, tan insólita como pintoresca, entre el presidente y sus dos vicepresidentas, negociación que muestra hasta que punto el Ejecutivo Frankenstein se ha ido transformando a paso de gigante en un Gobierno Marxista (de los Hermanos Marx), en el que Sánchez en esta ocasión ha hecho de Harpo (el mudo de la troupe, que cuando quiere llamar la atención toca la bocina). Todo muy ocurrente de no ser por lo que nos estamos jugando en el envite.