¡No me pidas que me calme!

Flor Lafuente COMUNICADORA Y CONSULTORA EN BIENESTAR Y FELICIDAD BASADA EN LA PSICOLOGÍA POSITIVA

OPINIÓN

ASISA

21 oct 2021 . Actualizado a las 10:10 h.

«Tranquilízate» es lo último que necesitas escuchar cuando estás enfadado. La calma está tan lejos del lugar emocional en el que te encuentras que el pedido resulta irritante y estéril. Has tenido un subidón de adrenalina -palpitaciones, calor-; una reacción fisiológica natural generada por un estímulo crispante. Pero esa misma adrenalina en un contexto de alegría o diversión estimulará un estado emocional totalmente diferente: disparará tu entusiasmo y excitación.

Enojo y excitación, así como ansiedad y entusiasmo, no son emociones opuestas. Son, como las bautizó el doctor Tal Ben-Shahar, psicólogo y célebre profesor de Harvard, en Felicidad, «emociones primas». Están emparentadas, tienen una huella fisiológica similar y producen en el cuerpo el mismo grado de agitación emocional.

En la película Cuando Harry encontró a Sally, Billy Crystal y Meg Ryan se odiaban tanto que, al cabo, se enamoraron. Amor y odio tampoco son emociones opuestas. Son intensas, vibran alto. La indiferencia, en contraste, que es opuesta al amor y al odio, tiene una baja vibración emocional.

¿Para qué sirve saber esto? Para algo muy práctico: aprender a replantearnos un estado emocional determinado o inducir uno deseado.

Piénsalo: no se puede pasar de cien a cero en un instante. Hay que reducir la marcha de a poco. Esto es parecido. Ansiedad y calma están muy lejos una de la otra. Por ejemplo, si tienes que hablar ante una gran audiencia y sientes ansiedad, exigirte tranquilidad, una emoción de baja agitación, es contraproducente. Solo intensificarás tus nervios. En cambio, puedes intentar transformar la ansiedad en entusiasmo, decirte que estás emocionado por el desafío que significa estar frente a personas dispuestas a aprender de ti, e incluso tomarte las cosas con algo de humor.

No somos víctimas indefensas de las emociones. Podemos controlar gran parte de los sentimientos, gestionar su intensidad y transformarlos. Es una práctica, requiere ser conscientes de lo que sentimos y esforzarnos por replantear la situación para verla -y sentirla- de otro modo.

Las emociones que puedes intentar interpretar de manera diferente son aquellas que tienen la misma huella fisiológica.

Por ejemplo, si sientes indiferencia hacia alguien y deseas cambiarlo, puedes proponerte cultivar la aceptación y el aprecio: ¿qué podrías apreciar en esa persona, aunque sea pequeño? El miedo puede intercambiarse por excitación, por la idea de desafío o el asombro por lo nuevo. La tristeza, al igual que la indiferencia, por aceptación y apreciación. El aburrimiento puede cambiarse por serenidad. Ten en cuenta que hay que experimentarlo, ya que algunas parejas pueden ser diferentes para diferentes personas.

Cuando cambiamos nuestro punto de vista sobre una situación, los hechos no cambian, cambiamos nosotros. Como dijo Epícteto, «no es lo que te sucede lo que importa, sino cómo reaccionas a ello».

¡A la práctica!