En defensa de Vargas Llosa

OPINIÓN

María José López

04 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cualquiera que se haya asomado a las páginas y discursos de Vargas Llosa sabe que es un liberal y un demócrata sin tacha. Y por eso me parece injusta la interpretación torticera de una frase, intencionadamente recortada, con la que se encendió la hoguera que quiere chamuscarlo. «Lo importante en unas elecciones -dijo el Nobel- no es tanto como que haya libertad en estas elecciones, sino votar bien. Porque los países que votan mal, como ha ocurrido en algunos países americanos, lo pagan caro». Decía Abelardo, en su Apología (siglo XIII), que «nada hay tan bien dicho que no pueda ser mal interpretado». Y digo yo, a la vista de las palabras de Abelardo y Vargas Llosa, que, para las personas honradas e inteligentes, nada hay tan mal dicho que no pueda ser entendido y rectamente interpretado. Y a eso dedico esta reflexión. 

La frase de Vargas Llosa fue pronunciada en un contexto en el que estaba ensalzando la libertad. Por lo que, si se prestan vista y oídos a lo dicho, a nadie que haya leído un libro se le oculta lo que en realidad quiso decir: que el problema de las democracias de hoy no es ganar el voto libre, cosa que, en términos generales, ya tenemos, sino votar informados y responsablemente. Porque, si nos equivocamos al votar -por desinformación o ignorancia-, corremos el riesgo de caer en el desgobierno. ¿Es tan difícil entender que los que votan a Trump, Maduro, Orbán o Le Pen, lo hacen libremente, pero se equivocan? ¿Hay alguien que dude de que los que apoyaron el brexit lo hicieron libremente, pero fueron al revés de la historia?

Si la advertencia que hizo Vargas Llosa es un ataque a la democracia, ¿qué argumento cabe emplear en un mitin contra los que votan a Vox o a Bildu?

Lo que plantea Vargas Llosa, que es la necesidad de reflexionar e informar el voto, está en la raíz de los problemas de liquidez que amenazan a la democracia posmoderna, en la que el disfrute del voto libérrimo y de nuestra teórica capacidad de informarnos, no nos está protegiendo contra los bulos, las simplezas y la ignorancia de lo que es y cómo se gobierna el espacio público. Nuestro problema ya no es la libertad de información y opinión, sino cómo defendernos de la indiscriminada sobreinformación que nos desorienta. Porque la libertad y el acierto son verbos de distintas conjugaciones, y es evidente que, aunque los dos son esenciales, ninguno de ellos sustituye al otro. Porque la imbecilidad y la libertad son perfectamente compatibles.

Y si esto es así, como yo creo, ¿por qué nuestro sistema mediático se lanzó en tromba a la caza de Vargas Llosa, para convertirlo en un esbirro del autoritarismo? La respuesta es bien sencilla. Porque, cuando la política se organiza por bloques, y renuncia a la dialéctica democrática, cualquier cosa vale para echar pulsos estériles y obcecados, y para, en este caso, cerrarle el paso a Casado. Aunque para hacer esa función, y quemar en la hoguera a referentes tan necesarios como Vargas Llosa, también hay que ser absolutamente ignorantes y miserables.