«¡Lo hemos perdido todo!»

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Kike Rincón | Europa Press

24 sep 2021 . Actualizado a las 08:51 h.

A medida que pasan los días, la erupción volcánica que se vive en la preciosa isla de La Palma (la isla verde, la Caldera de Taburiente y la Danza de los Enanos) ha pasado de ser una desgracia (cuando se pensaba que el volcán podría arrasar cien casas, quizá algo más) a convertirse en una auténtica catástrofe, donde al parecer hasta mil viviendas podrían desaparecer bajo la lava que avanza con una ferocidad tan aparentemente tranquila como absolutamente inexorable. Sí, no se han perdido vidas humanas, y eso es, por supuesto, lo esencial, pues la muerte es lo único sin punto de retorno.

Pero muchísimas personas han debido abandonar de inmediato sus hogares, generalmente con lo puesto y poco más. Y todas, con lágrimas que emergen o van por dentro, nos hablan una y otra vez de que lo han «perdido todo». A otras las hemos visto por televisión rescatar de sus hogares aquello que se lleva la gente cuando se enfrenta a un catástrofe natural o a los desastres de la guerra: ropa, animales, aparatos, cacharros y colchones. Siempre y en todas partes los colchones.

Y uno no puede dejar de sentir que se le parte el alma cuando piensa en lo que puede ser abandonar para siempre aquello que lleva décadas contigo y que ha llegado ya a formar parte inseparable de tu vida. Las labores heredadas de tu madre, las fotos de los hijos, de los nietos, de los abuelos y los padres, los recuerdos de los viajes más cercanos o lejanos, los campos que se han labrado durante años, las viñas y arboledas que se han plantado, podado y regado con esmero, la casa, en fin, que ha sido para millones de españoles el gran proyecto material de una vida de trabajo, ahorros y sudores.

Perderlo todo, así, de la noche a la mañana, debe ser lo más parecido a perecer en vida, pues todos somos no solo quienes nos rodean, sino también, aunque ciertamente en una medida diferente, lo que vive a diario con nosotros. Un álbum de fotos es mucho más que un objeto material y perderlo puede ser lo mismo que sufrir una amputación de nuestra memoria y nuestra identidad. Y lo mismo cabría decir de la biblioteca que hemos ido construyendo a lo largo de los años, de los aperos de labranza que eran ya de los padres de nuestros padres, de las herramientas que nos han servido para arreglar cientos de cosas a lo largo de los años, de las cazuelas y sartenes con las que hemos preparado docenas de miles de comidas para quienes se sentaban a nuestra mesa, que es lo mismo que juntarse a nuestra vida.

Pero el volcán, tan ciego como inocente en su inmensa capacidad de destrucción, no sabe de todas esas cosas. Él cumple con su destino, que es salir a la superficie cuando le toca reventar para recordarnos que de nada sirve vivir dándole la espalda con la falsa tranquilidad de que quizá no vuelva nunca. Y de que si vuelve no nos haga perderlo todo y nos obligue a un empezar de nuevo, que para tanta gente será casi una quimera. Vaya para todos ellos nuestra solidaridad y nuestro afecto en su desdicha.