Orgullo de España

OPINIÓN

Jesús Hellín

30 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En la última de sus estudiadas y celebradas comparecencias, el presidente del Gobierno se atrevió a inaugurar el «orgullo de país», proponiendo como origen de esta rebuscada virtud la «misión cumplida» en Afganistán. Después, aprovechando el segundo paso de la comba por debajo de sus zapatos, también agradeció -supongo que con idéntico «orgullo de país»- la labor de los servidores públicos españoles que arriesgaron su vida para evacuar a los cooperadores afganos. A mí no me extraña nada ni este súbito sentimiento, ni su efímero y artificioso motivo. Porque es un gesto que ya tuvo su precedente en aquel impresionante despliegue de bandera roja y gualda que, ondeada por todos los vientos de la España multinivel -sintética sucesora de las Españas autonómica, federal, confederal y nación de naciones-, sirvió como telón de fondo de media docena de mítines del PSOE. Aquella bandera duró poco, pero existió. Y, para que no queden dudas de que por ahí no van a ganarme… ¡Viva España! 

Siento mucho, sin embargo, no poder sumarme al patriótico entusiasmo de Sánchez, porque yo ya estoy orgulloso de mi país desde que tengo uso de razón, y porque los motivos de mi orgullo, que empiezan por su infinita belleza natural y artificial, abarcan desde la cueva de Altamira y la Dama de Elche, hasta el proceso de vacunación contra el covid y el triunfo de la paralímpica Susana Rodríguez en el triatlón de Tokio.

Tan orgulloso estoy de mi país, tan acogedor y justo me parece, y también normal e integrado, que, tras haber llegado aquí -solo por seis meses- en la primera mitad del siglo XX, he tenido la suerte de disfrutar de una síntesis perfecta de nuestra labor histórica, como si a lo largo de mi vida se representase delante de mí la exitosa construcción de uno de los países más felices del mundo, que solo los «iñorantes / e féridos e duros, / imbéciles e escuros» pueden creer que hemos comprado en los almacenes Harrods de Londres. Porque España es una labor de siglos que, cada vez que tenemos una buena primavera, nos llena de frutos y venturas que se acumulan de forma prodigiosa en nuestro patrimonio material e inmaterial, en nuestra forma de entender la vida, y en los varios idiomas en los que se escribe nuestra poliédrica epopeya.

Mi orgullo de país es tan viejo, tan heredado, tan general y tan integrado, que amo nuestras virtudes y nuestros defectos, los aciertos y los errores, las catedrales y las pallozas, las guerras y las paces, las victorias y derrotas, lo que siempre queremos contar y lo que a muchos les gustaría ocultar. Porque, al contrario de lo que parece decir Sánchez, si lo he entendido bien, no estoy orgulloso de hechos singulares y excepcionales, sino de la síntesis histórica y cotidiana que tales hechos -todos, sin excepción- han puesto delante de nuestros ojos. Por eso no puedo enorgullecerme de la muy dudosa e improvisada retirada de Afganistán: porque hace muchos años que estoy saturado por el orgullo de España, y no me queda sitio para nuevas modas.