Hijos del tedio y la fragilidad

Xose Carlos Caneiro
xosé carlos caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

AFP7 vía Europa Press

30 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hubo un tiempo en que las servilletas de los bares, entre humo y lisonjas, formaban parte de la literatura. También fueron referente para un futbolista que había firmado su primer contrato con otro que había sido futbolista (Rexach) en una servilleta. La servilleta pasó a ser pañuelo de papel con el que Messi se secó sus lágrimas y sus humedades nasales. Todo aflicción. Sin embargo, ya no me conmueve. Ni Messi ni las servilletas de este hoy tan ordinario. Prefiero aquellas en las que se escribían versos, con carmín y algún suspiro. Cuando la plaga de los teléfonos móviles no reinaba, en las servilletas se esculpían mensajes de amor.

 Las servilletas de hogaño son una metáfora perfecta. Nos representan más que los gobiernos. La servilleta-pañuelo de papel, en que Messi enjuagó su dolor insoportable y su congoja, se ha convertido en nuestro verdadero espejo. La pusieron a subasta. No me interesa lo que han pagado por ella, sino el símbolo. Los nuevos ídolos son hijos del tedio y de la fragilidad del pensamiento actual: el más débil de la historia reciente, sin duda. Nuestra guía es la nada, aquella que dibujaron los existencialistas mientras bebían y bebían para olvidar. Olvidar que su presente era peor, aún, que el nuestro. Peor en lo económico y material, sin embargo mucho más rico en sutileza e inteligencia y humanidad. Lo humano, ya lo he dicho muchas veces, es ser más inhumano cada día. Me apena este tiempo. Me apena la debilidad de las ideas. Me apena, sobre todo, que el arte se haya convertido en el pañuelo de Messi: esa servilleta a subasta. El lema perfecto de nuestro presente: todo se vende. Y la estupidez se vende mejor que la altura y la excelencia. Mejor que Borges o Valle Inclán. Mejor, incluso, que la sonrisa de los políticos dibujada en los telediarios covid o Afganistán. Prefiero otras servilletas. Aunque sean de cuento. Un cuento como el que sigue.

Conozco a un camarero al que le entregaron una servilleta con uno de esos mensajes de antaño. Todo nostalgia. Decía: «Cuantas veces he soñado que llegue la noche para verte». Él ponía discos en la discoteca y ella lo miraba. Un día decidió hacer literatura con la servilleta. A la hora de la siesta, cuando él se levantaba a comer en la misma terraza. Lo vio. Su príncipe destronado (solo la noche era su trono). Su funambulista sin red. Su epigrama. Allí, desprotegido, comiéndose una pechuga con queso y con tomate. Fumó un cigarro. Pidió un café. Tomó la primera copa, que siempre puede ser la última. Era un golfo; pero dulce, pensaba ella. Llamó al camarero. Le dio la servilleta con la frase que había escrito, temblorosa. Él la leyó y buscó el rostro de ella. Luego, en un gesto que lo honra, la dobló y guardó en su blusa. Cogió otra para limpiarse de la boca los restos de pechuga con queso. Después se levantó de la silla, de la terraza, del sol. Y, como un zombi, subió a su apartamento a dormir la siesta. De noche, desde su cabina de disyóquey, la buscó. Ella no estaba. Huyó. En su huida también se secó las lágrimas. Nadie subastará su pañuelo.