Soy el primero en reconocer que volver a trabajar tras un mes de vacaciones es duro. Cómo no lo va a ser. Ya sea porque tienes un compañero o jefe que te hace la vida imposible o porque como en la playa -se sobreentiende que con sol- no se está en ningún sitio. Pero los que disponemos de un trabajo no podemos pasar por alto lo afortunados que somos, y tampoco debemos olvidar a aquellos que darían lo que no tienen para que llegara el 1 de septiembre y tener un sitio a donde ir a deslomarse para poder ganar un dinero con que poder darles una vida digna a sus hijos. Por eso no es el momento de hablar de síndromes posvacacionales ni demás milongas. Me parece una falta de respeto hacia tantos millones de desempleados proclamar a los cuatro vientos que la vida de uno está atravesando tan banal y pasajera dolencia. Hagamos examen de conciencia y reconozcamos que el mes de asueto nos sirvió para recargar las pilas y poder afrontar más frescos las jornadas laborales que nos esperan los próximos once meses. Los que dicen padecer el síndrome posvacacional lo tienen por haber disfrutado un mes de vacaciones. Los que no tienen trabajo, con tal de acceder a uno renunciarían a las vacaciones que conllevan al dichoso síndrome. Seamos solidarios con aquellos que tienen que sufrir día tras día las carencias de unos hijos que desconocen que en España el artículo 35 de la Constitución recoge que todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo.