Sanxenxo sur mer

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

Ramón Leiro

18 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El «último poema de amor» a las ciudades lo escribió Ítalo Calvino en 1972. Así consideró el escritor su libro Las ciudades invisibles, en realidad un catálogo de tipos de urbes al que conviene acudir de vez en cuando. Para Calvino, que sin referirse a ninguna en concreto se refirió a todas, hay ciudades continuas, escondidas o sutiles, ciudades con propiedades divinas, ciudades que despiertan el deseo de las personas, unas cuantas semánticas, algunas con propiedades visuales y varias que rememoran la muerte.

Sobre ese juego que propone Calvino se podría levantar un catálogo paralelo para definir las nuestras, cuál es el carácter de Vigo, el temperamento de A Coruña, la personalidad de Ourense, la marca de Lugo. Cuál va mejor de autoestima, cuál es la pija o la obrera, la decadente o la egoísta. Podríamos determinar si hay alcaldes que traspasan a las ciudades sus demencias; por qué un día se quiebra el pálpito de una ciudad galleguista, quién y cuándo funda una tendencia que rectifica la personalidad de un lugar.

Entre los consensos al respecto destaca el que define a Sanxenxo, un consenso recubierto de pantalón chino y jersey al hombro que seguro desalienta a muchos oriundos porque los prejuicios son tan inexactos como los horóscopos e igual de falsos, pero según ese prejuicio Sanxenxo sería algo así como la villa o sea de Galicia, un Sanxenxo sur mer con el meñique levantado. Esa vocación puede ser una invención semántica pero a veces en las palabras se opera el milagro de la transmutación y se convierten en carne. Ese Sanxenxo o sea, a través de su Náutico, deseó el lunes que el emérito vuelva a navegar pronto por la ría de Pontevedra y se mostró orgulloso de que Juan Carlos I sea su presidente de honor. Ahí están los gestos que contaminan el carácter de una ciudad.