Simone Biles como síntoma

Manuel Fernández Blanco PSICOANALISTA Y PSICÓLOGO CLÍNICO

OPINIÓN

HOW HWEE YOUNG | Efe

08 ago 2021 . Actualizado a las 09:56 h.

Se esperaba que la llamada a ser la estrella de Tokio 2020 saldara su participación con seis oros (cinco individuales y uno por equipos). Pero Simone Biles, tras obtener el oro en la competición general individual del Mundial de Stuttgart (en octubre del 2019), había ya declarado: «Si me sintiera una súper estrella tendría más expectativas de mí misma y me sentiría más presionada». Esta declaración, valorada retroactivamente, resulta premonitoria.

Afortunadamente, Simone Biles parece haber encontrado una solución para su angustia. Optó por presentarse en Tokio a la única prueba en la que no era favorita y en la que solo había obtenido el bronce en Río 2016. Así, en la barra de equilibrios, recuperó el suyo. Lo hizo para afirmar que el menos, el «no todo», puede ser un más de salud. Ahora también sabemos que, después del marasmo subjetivo que le impidió competir en las pruebas en las que se adelantaba su triunfo, recibió (dos días antes de que volviese a la competición) la noticia del fallecimiento repentino de su tía. Vemos que no fue una pérdida lo que le impidió competir. El obstáculo parece haber sido la exigencia de triunfo y de ir más allá que nadie. Ahora, después de lo que le ha ocurrido, e independientemente de lo que logre en el futuro, ya nunca será perfecta: ¡qué alivio!

Lamentablemente, no todos los deportistas de élite han logrado una solución tan satisfactoria como ella. El ex tenista sueco Robin Soderling, cuando logró ser el número cinco de la ATP se retiró explicando que la angustia lo dominó al alcanzar el éxito y que pensó en suicidarse. Algo que, desgraciadamente, llevó a cabo la ciclista estadounidense Kelly Catlin (medalla de plata en Río 2016).

Si bien todas estas historias son únicas, singulares, pueden albergar elementos comunes. La alta competición, con su empuje a forzar los límites, y bajo el imperativo atroz de que nada debe ser imposible (como nos recuerda una marca deportiva), promueve transformar el deseo de éxito en deber de éxito. De ahí a la melancolía hay solo un paso.

Por otra parte, como podemos comprobar, el éxito no siempre se vive como un logro alegre. Freud ya describió un tipo de carácter que nombró como el de «los que fracasan al triunfar». Se sorprendió al descubrir cómo hay gente que enferma «cuando se ha cumplido un deseo profundamente fundado y largamente acariciado». Se pierde todo cuando la realización del deseo no trae la satisfacción.