¿China ya no es comunista?

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

Alex Plavevski

26 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Sí, han leído bien el título, no se trata de una errata. El partido de Mao Zedong cumple ahora cien años, pero ya no es el mismo ni tiene mucho que ver con el originario. Sigue denominándose comunista, pero ahora «los capitalistas son recibidos con los brazos abiertos, siempre y cuando respeten determinadas condiciones y sean leales a una organización que, en la actualidad, cuenta con más ejecutivos que obreros», según escribió en Le Monde Diplomatique el experto Jeròme Doyon, profesor titular de la Oxford School of Global and Area Studies.

 

No es una afirmación muy novedosa, ciertamente, porque ya somos muchos los que teníamos este convencimiento, que se ve confirmado por las cifras de su evolución económica, fruto de progresivas reformas de liberalización económica iniciadas por Deng Xiaoping, que han permitido que más de 800 millones de chinos hayan salido de la pobreza y que el Estado-partido lidere ahora la segunda economía del mundo, con el 18 % del PIB global. El resultado es, pues, un capitalismo de Estado, cuyo modelo de organización sigue siendo centralista en la relación entre el Estado y el capital, pero con la admisión de empresarios del sector privado -antes considerados enemigos de clase- en el Partido Comunista Chino, el cual los considera ahora «fuerzas productivas avanzadas», les presta impulso y les abre nuevos cauces.

Años-luz separan al Partido Comunista Chino fundado en 1921 -antes de que Mao Zedong tomase sus riendas en 1934- y el de Xi Jinping, cuyo número de militantes supera a la población alemana, como bien ha señalado Jean-Louis Rocca, el profesor del Instituto de Estudios Políticos de París. Los grandes cambios se produjeron a finales de 1970 y, sobre todo, desde la década de 1990, con la inclusión gradual de mecanismos capitalistas en el centro de la economía política. Lo que significaba que solo un nuevo contrato social basado en la promesa de prosperidad podía garantizar la restauración de la potencia china y la perennidad del partido. A partir de ahí quedó trazada la senda que ha llevado a China a ser la gran potencia que hoy es.