Máster en portavocía

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

E. Parra. POOL

15 jul 2021 . Actualizado a las 09:39 h.

Como este cronista trabajó alguna vez como portavoz, siente debilidad especial por quienes desempeñan ese oficio, siempre temporal y bastantes veces precario. Os aseguro que es el trabajo más difícil que existe, creo que casi imposible, por razones que todos imagináis. Por una parte, no puede mentir, porque las mentiras al final siempre se descubren (fijaos que ni siquiera me refiero a la actitud ética de no engañar, sino a la vertiente más pragmática e inconfesable). Por otra, tampoco puede decir toda la verdad porque, como decía el otro, si supiéramos la verdad de cómo se adoptan las decisiones políticas, habría que marcharse del país (fijaos que no me detengo en lo más frecuente y posible, que es que el portavoz tampoco conoce la verdad, pero no lo puede confesar).

El portavoz o la portavoz -a ver cuánto tarda Irene Montero en hablarnos de «la portavoza», que otras ministras ya lo hicieron- tiene una labor descomunal antes de ponerse ante los micrófonos. Tiene que tener documentación sobre todo lo que ocurre en el mundo, trátese de Cuba o de Marruecos. Tiene que ser un archivo andante de la actualidad de su país. Tiene que contener sus impulsos ideológicos, no sea que se pase en la crítica a un partido y termine crucificado o crucificada por usar el Consejo de Ministros de forma partidista. Y algo más difícil todavía: tiene que imaginar las preguntas que le harán periodistas, porque a veces incluso hay alguna inteligente, dicho sea sin exagerar.

El portavoz o la portavoz debe ser consciente de su altísima responsabilidad. Cuando actúa, deja de existir como persona y expresa el criterio del conjunto del Gobierno, tarea dificilísima, porque tampoco es frecuente un gobierno con criterio. Si consigue transmitir una imagen de coherencia y de unidad, sobre todo cuando el gabinete es de coalición, porque a ver cómo sintetiza en un pensamiento las posiciones de Nadia Calviño y de Yolanda Díaz sobre el salario mínimo sin dar a entender que las dos andan a gorrazos; si consigue eso, digo, estamos ante una figura de gran dimensión informativa e intelectual.

En estas cosas y condiciones estaba pensando yo cuando Isabel Rodríguez se estrenaba como voz del Gobierno. María Jesús Montero le había dejado el listón muy alto, porque pocos ministros que ocuparon aquella silla después de los Consejos consiguieron su nivel de decir una cosa y la contraria en la misma rueda de prensa. Comprobé sus dotes prodigiosas cuando le preguntaron si Cuba era una dictadura y respondió diciendo que España es una democracia seria y solvente. La escuché y estuve por enviarle un wasap: «Bravo, ministra; estreno insuperable; en una sola comparecencia ha logrado alcanzar el nivel de los grandes portavoces de este país». No se lo llegué a mandar por una razón superior: no soy quien para adelantarme a lo que le dijo Pedro Sánchez.