Cuando tu mujer te llama papá

César Casal González
césar casal CORAZONADAS

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

27 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando ya le llamas a tu pareja, por los hijos que tenéis juntos, mamá, y ella a ti, papá, es cuando estáis declinando como el sol que se pone sin remedio y se va a extinguir en el océano de los hijos. Tener hijos es maravilloso. Disfrutar con ellos también. Pero metabolizarlos como hacen muchas parejas hasta que ellos desaparecen, se eclipsan, como dúo dinámico, es el principio del fin. 

O el inicio de algo que va a ser muy aburrido y que dejará un vacío espantoso cuando los chavales crecidos se larguen a disfrutar de la vida, a hacer caso de Neil Young cuando pulsa su apellido y canta aquello de prefiero arder que desvanecerme.

Tiene hasta un nombre médico, creo recordar. Le dicen el síndrome del nido vacío. El pasillo de la casa, de pronto, es quizá el silencio aplastante del corredor de la muerte. La entrega como padres hasta la extenuación nunca se cobra de vuelta. Jamás tus hijos os querrán como vosotros a ellos.

Esta reflexión, contundente como un ladrillazo, se la escuché por primera vez a un amigo en el trabajo y me dejó pasmado. Yo había sido padre primerizo y, como todos los locos que se lanzan a repoblar un planeta que se extingue irremediablemente, me sentía especial, casi único, como si nadie hubiese sido padre antes. Luego otro hijo me fue poniendo en mi sitio.

Dejé de esterilizar chupetes y pasé a comprobar la temperatura del agua en la bañera con la prueba infalible de si me ardía la mano, en vez de con aquel termómetro de ositos de mi primer crío. Era un padre más que iría pasando por las distintas etapas de visitas a urgencias a deshora, de chófer a todas horas, etcétera. Ojo, repetiría, pero recuerden que hay vida ahí fuera.

Mis padres nunca se llamaron así. Y fueron la típica pareja que no sé si para bien, o para mal, o acaso para regular, duró siglos.

En esta caída de la tensión con la pareja, por la llegada de los peques, quizá haya un escalón más que bajar. Un peldaño menos. El sótano del horror, la sentina del presunto diminutivo que todavía lo hace peor. Me refiero a los que se llaman con naturalidad papi y mami, con la i, que abruma. Esa transición supuestamente coloquial de papá a papi es el ocaso total. Tal vez, la anulación redonda.

Y es que tiene un punto ridículo eso de papá, coge tú al niño, mamá, lleva tú la bolsa (o su enésima potencia, papi y mami). Lo que me había dicho mi preclaro amigo lo leo en la más que estimable novela Los días perfectos y me reafirmó en su teoría, ahora compartida con el escritor Jacobo Bergareche. Con los hijos hay que vivir un millón de cosas, pero nunca hay que desaparecer como pareja en ellos. Tampoco hay que forzar las cosas. A otra amiga le escuché algo estupendo y quizá muy razonable: «Lo que te llevó a enamorarte como una loca de tu compañero sigue ahí, solo tienes que hacer que no se rompa».

Que no te lo escondan los chavales.