El indultazo

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

M.FERNÁNDEZ. POOL

22 jun 2021 . Actualizado a las 16:56 h.

Sánchez explicó el lunes en un teatro de Barcelona -¡y no en el Parlamento!- su teoría sobre la utilidad pública de unos indultos que el Consejo de Ministros acordaría horas después: el perdón, sostuvo, era indispensable para iniciar un nuevo ciclo político en Cataluña basado en la concordia.

Si ese hubiera sido su auténtico objetivo, el Gobierno se habría asegurado de que la concesión de los indultos sentase las condiciones para el cambio de tercio perseguido. En realidad ha ocurrido todo lo contrario: que a medida que Sánchez dejaba clara su voluntad de conceder los indultos, la bravuconería de los separatistas se convertía en más y más provocadora. Del primero al último, todos han dejado al Gobierno en un ridículo espantoso, al asegurar, envalentonados, que a cambio del perdón no renunciarán a seguir actuando fuera de la Constitución.

Las manifestaciones de Junqueras -el mismo Junqueras a quien Sánchez y sus acólitos quisieron convertir en ¡gran valedor del discurso socialista!- son la mejor muestra del entreguismo del Gobierno: «Los indultos son un triunfo, pues muestran algunas de las debilidades del aparato del Estado», dijo a una radio catalana un preso tan peculiar que siempre está en la calle. Y completó su faena: «Porque cuando las decisiones que se han tomado en algunos de esos aparatos se confronten con la justicia europea no resistirán el examen. El Estado intenta ahora protegerse contra las medidas abusivas que había tomado antes». Para entendernos: su principal beneficiario no cree que los indultos sean un acto de generosidad del Gobierno para abrir las puertas al diálogo, sino una prueba de la debilidad del Estado, que se ve forzado con ellos a corregir las injusticias cometidas previamente con los gestores del procés.

Estas palabras, las de Puigdemont, las de Cuixart, la ausencia de todos los representantes del Gobierno catalán en el mitin de Barcelona y, en general, la berroqueña insistencia de los secesionistas en desafiar al Estado habrían hecho que cualquier gobierno responsable renunciase a otorgar los indultos prometidos, de haber sido cierto que con ellos se perseguía un objetivo que el anuncio de concederlos no ha acercado sino alejado con toda claridad.

Ocurre que solo los ingenuos, o los patriotas de partido, que comulgan con ruedas de molino, se creen ya a estas alturas el cuento de la lechera que el Gobierno ha tratado de vendernos. Y es que Sánchez, pese a la evidencia de que los indultos no facilitarán ningún diálogo, ha llegado hasta el final porque lo que con ellos pretende el presidente no es resolver el problema de Cataluña, sino arreglar el suyo propio: mantenerse en el poder hasta el 2023 con el apoyo del secesionismo catalán. Esa, y reducir al máximo el coste electoral de los indultos, es la verdadera preocupación del presidente del Gobierno, que, por ello, ni se inmuta cuando comprueba que su demencial estrategia con los separatistas no hará otra cosa que reafirmarlos en su chantaje al Estado democrático de derecho.