Biden-Sánchez: el enfoque que falta

OPINIÓN

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17 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Para entender el chispazo monologado que protagonizaron Biden y Sánchez, hay que introducir un enfoque que fue marginado por casi todos los analistas y políticos que lo han abordado, y que podemos concretar en la absurda y creciente confusión que tenemos los españoles respecto a la articulación del Gobierno y la Corona en la representación del Estado y de los intereses de España. El problema, que, si es grave en el plano interior, roza la astracanada en la política internacional, viene de lejos, cuando Aznar importó de Francia un lote de grandeur y empezó a comparecer en los escenarios internacionales con una primera dama que no lo era. Aquel error de perspectiva fue rectificado con bastante discreción, aunque sus secuelas le jugaron a Zapatero alguna mala pasada, cuando su discreta e inteligente esposa notó que sobraba en algunos actos del protocolo internacional.

Este problema, que, debido a la historia de la Transición y de la peculiar reinstauración de la monarquía, no es fácil de resolver, está llegando al paroxismo con Sánchez, que aún no sabe distinguir entre los presidentes que son jefes de Estado, como Macron y Biden, los que solo presiden el Gobierno, y los que a, pesar de no ser más que presidentes de Gobierno, son tratados en algunos eventos como jefes de Estado, no solo por la potencia económica y estratégica de sus países, sino, como sucede con Merkel, por el impecable ejercicio, en fondo y forma, de sus funciones institucionales. Pero Sánchez no conoce sus límites, piensa que su avión y el Air Force One solo se diferencian por el tamaño, e intenta hacerse fotos y recibir llamadas que no le corresponden.

Si la diplomacia española hubiese empleado la cuarta parte de los esfuerzos que invirtió en suplicar una llamadita de Biden a Sánchez, los hubiese empleado para establecer una comunicación entre Biden y el rey, no estaríamos en este ridículo, ni tendríamos que asumir, como país, la acomplejada irrelevancia que afecta a Sánchez, obviamente, pero no a España.

Esta confusión rige también en política interna, donde Sánchez cree que todas las líneas institucionales convergen en él, mientras trata al rey como un incordio prescindible. Confunde el poder y la representación, y actúa como si fuese un presidente absoluto. No ve que el ninguneo del rey por los políticos catalanes, la debilidad operativa que afecta a la Corona, y el relegamiento del rey a eventos protocolarios e irrelevantes, le restan legitimidad y empaque institucional a la presencia de Felipe VI en el concierto internacional, al tiempo que magnifican a un figurín que, en vez dedicarse a lo suyo, que es gobernar España, ansía colgar su retrato en una virtual galería que va de Atanagildo -el godo- a Juan Carlos I, en la que entran, con pleno derecho, Pi y Margall, Salmerón, Alcalá Zamora o Azaña, que fueron jefes del Estado. El problema que hoy emerge reside ahí. Porque en España aún no hemos aprendido que, sin orden institucional ni respeto al sistema, no es posible gobernar.