¡Libertad!

Javier Cudeiro Mazaira PUNTO DE VISTA

OPINIÓN

María Pedreda

31 may 2021 . Actualizado a las 09:10 h.

Ya sé que no está el horno para bollos y en estos momentos hablar de libertad nos pone en campaña electoral madrileña. ¡Vade retro, no va exactamente de eso! Vamos a hablar de la voluntad de aceptar y el derecho a decidir. Se trata, por tanto, del libre albedrío, en forma escueta, tomar el rumbo de lo que somos y hacer lo que queremos con nuestro propio consentimiento. No es un problema menor y, como diría el gran orador de nuestro tiempo, es problema mayor. Debe de serlo, cuando en tiempos delicados y picajosos como estos y en un alarde de prestidigitación verbenera se nos ofrece una disyuntiva ineludible, o somos libres, lo que es un presupuesto esencial del ser humano, o comunistas que no es más que una opción política. Lo que yo querría era ir mucho más allá.

A lo largo de nuestra historia moderna nos hemos enfrentado a problemas monumentales que nos han afectado a todos, a los bien intencionados mortales que poblamos la geografía, pero que no tenemos capacidad real de decisión y al privilegiado 1 % restante que corta el bacalao y, con un perfil puramente económico, dirige el destino de lo bueno y de lo malo. Pongamos un ejemplo. Tras el estupendo descubrimiento de la fisión del átomo para producir energía, la decisión utilitaria y conveniente fue crear una bomba. ¡Manos a la cabeza, puñales en el pecho y gritos de desesperanza! Pero al fin, la energía nuclear ha sido un avance sin parangón con utilización inicial genocida y gran aprovechamiento posterior. De estar allí, ¿les hubieran preguntado? No, claro que no. Pero, de ser así ¿qué hubieran contestado? En fin, la vida ha continuado y somos adictos necesarios a su consumo incorporándola a la existencia de todos los días.

Nació Internet, la madre de todos los vicios, reina de nuestro control externo, pero increíble herramienta sin la que la vida actual sería… ¿sosa? No es extraño que un ingenio de origen militar haya suscitado suspicacias que ahora nadie contempla. ¿Hemos podido decidir sobre la intromisión en nuestra existencia? No, ¡Y a quién le importa! Lo que quiero recordarles, porque en alguna parte de su materia gris ya está escrito, es que la ciencia, en sí misma, no tiene valor cualitativo, no es buena o mala. Es la utilización que de ella se hace lo que define el resultado final. Lamentablemente los mortales de a pie, la mayoría de la población, poco tiene que decir sobre las grandes decisiones, aunque el derecho de pataleo, la insumisión cívica e incluso la revuelta activa, son herramientas que dignifican la vida humana. De alguna forma, el derecho que nos ha sido dado a «dirigir» este planeta exige respuestas responsables, sostenibles y, por encima de todo, libres. De alguna forma somos cautivos de los grandes números, y la esencia individual en solo un helado de chocolate a temperatura ambiente. Sería bueno recordar la frase que se atribuye a Stalin: «si mato a una persona soy un asesino, si muere un millón es estadística».

El último de nuestros desvelos viene, como no, de los que han pensado que el mundo sería mejor con una mayor conectividad entre sus miembros. Nada que objetar a primera vista. En realidad, venimos de serie con capacidades extraordinarias para la empatía, el contacto y la relación. Que nos den una plataforma para expandir, si queremos (esta es la madre del cordero), nuestra capacidad de conexión, no parece mala idea. Pero cuidado, voy a reivindicar a Pessoa, «suave es vivir solo». El reino interior es el núcleo de la creación sin el que somos nada. Bienvenido el Internet de las cosas, las conexiones múltiples estando en calzoncillos y las ciudades inteligentes… bienvenidos para el hombre y la mujer inteligentes… y libres.