Los gestos humanitarios ya no se llevan

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

25 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay gestos, en medio de las tragedias como la vivida en Ceuta, que nos reconcilian con el ser humano. O que nos sirven de coartada para silenciar nuestra mala conciencia y evadir nuestras responsabilidades. El abrazo de Luna Reyes, cooperante de Cruz Roja, a un joven senegalés que «se estaba apedreando la cabeza» porque «se quería matar». El bebé salvado de las aguas por el guardia civil Juan Francisco Valle, quien no sabía al recogerlo «si estaba vivo o muerto». El legionario Juan Gabriel Gallegos que rescata a un niño atrapado en la valla -«me recordó a mis sobrinos»- y lo desciende a hombros. Esas tres imágenes, y las reacciones que suscitaron, transmiten un mensaje doble. Uno, positivo: todavía quedan restos de humanidad en la Europa del cerrojo, que levanta muros y tabiques para impedir la entrada de los desahuciados del mundo. El otro, deprimente: el odio se extiende no solo hacia los bebés y niños invasores -los menas de Abascal, ahora reconvertidos en «soldados» de Marruecos-, sino a quienes les dispensan un mínimo de humanidad.

Los insultos recibidos por Luna Reyes en las redes sociales, algunos tan vomitivos que no reproduciré aquí para no ensuciar el periódico, muestran hasta qué punto avanzó la deshumanización. Su imagen consolando a un joven subsahariano que se deshace en llanto es, según el fascista Herman Tertsch, eurodiputado de Vox, la imagen «del abusador y la idiota». «Toda una representación de Europa haciendo el gilipollas». Ojalá Luna simbolizase a la Europa solidaria, pero sí sabemos lo que representa Tertsch: la degradación a la que puede llegar el ser humano cuando interpreta un gesto de ternura en clave xenófoba y machista. En palabras de Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tetuán y gallego de Rianxo, «ensuciar la belleza está al alcance solo de mentes perdidas y de humanidad extraviada».

Juan Francisco y Juan Gabriel se libraron de los escupitajos machistas por ser hombres, pero la ultraderecha tampoco les perdona su complicidad con los invasores. Solo pretendían «desviar la atención» para que los españoles olviden el gasto que supondrá la acogida de menores (tirarlos al mar, certifico, resulta más barato). El bebé rescatado de las aguas solo era un muñeco, afirman unos, o una fotografía anacrónica tomada en Turquía, dicen los de más allá.

Todo tan abyecto y deleznable que produce náuseas. Y que supone un salto cualitativo en la estrategia xenófoba. Hasta ahora, los gestos humanitarios o meramente caritativos nos servían para lavar la conciencia. Una limosna en la hucha del Domund o un donativo a Médicos sin Fronteras y quedábamos absueltos, mientras los gobiernos levantaban alambradas y concertinas para frenar a los desarrapados que venían a interrumpir nuestra beatífica siesta. Ahora, abajo las caretas, ni eso: prohibido y condenable todo gesto humanitario. Y seguimos santiguándonos, obviando el consejo de Santiago Agrelo: Luchemos no para defender cruces de madera, sino para impedir que haya crucificados.