
Marruecos castiga a España por acoger al presidente de la República Árabe Saharaui Democrática, Brahim Gali, enfermo de covid, echando al mar a varios miles de sus ciudadanos para que entren en territorio español, como advertencia de lo que puede suceder si Madrid no se pliega a sus exigencias y deseos. Hombres, mujeres, niños, incluso bebés, movidos por su miseria y la falta de futuro, pero empujados por su rey, cuya fortuna se estima en 5.000 millones de euros. Si se ahogan unos cuantos no importa, solo son peones en un juego político del que no saben nada. Carne de cañón.
Esto es solo un episodio más. Lo que quiere Mohamed VI -sin cuya aquiescencia no se hace nada en Rabat- es forzar a España a que reconozca su soberanía sobre el Sáhara occidental, en contra de la legalidad internacional y de Naciones Unidas, que lo incluye en su lista de territorios sujetos a descolonización y mantiene la obligación de celebrar un referendo de autodeterminación, que decretó la resolución 690 del Consejo de Seguridad en abril de 1991.
Desde que ocupó ilegalmente el 80 % del territorio del Sáhara occidental y proclamó unilateralmente su soberanía, Rabat se ha encomendado a la protección de Estados Unidos y de Francia, dejando pasar el tiempo con la esperanza de que la comunidad internacional acepte los hechos consumados, en los que por supuesto no tienen ningún sitio los 170.000 saharauis que viven en condiciones penosas en los campamentos de Tinduf, bajo la protección de Argelia. Marruecos es uno de los pocos países árabes alineado con EE.UU. sin condiciones, y Washington ha correspondido con un trato preferente que culminó en diciembre con el reconocimiento por parte del presidente Trump de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara occidental, a cambio del establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. Esta decisión no ha sido revertida por la Administración Biden; al contrario: en estos momentos Marruecos es más importante que nunca por su apoyo a Israel ante el recrudecimiento del conflicto en Gaza.
Mohamed VI se siente fuerte con este apoyo explícito y pretende resolver a su favor, de una vez por todas, el asunto del Sáhara, que es vital para él, no solo por sus recursos, de los que se beneficia la familia real, sino porque en este envite se juega la supervivencia del régimen. El reconocimiento de su soberanía por parte del Gobierno de Madrid es particularmente importante, porque para Naciones Unidas España sigue siendo la potencia administradora del territorio y responsable de su descolonización, pues los Acuerdos de Madrid, de noviembre de 1975, por los que se cedía la administración a Marruecos y Mauritania, no son válidos según el derecho internacional. Para conseguirlo, Marruecos utiliza todos los medios posibles de presión, en especial los flujos migratorios, que regula de acuerdo con sus intereses, pero también las amenazas sobre Ceuta, Melilla y las islas Canarias, los permisos de pesca -de unas aguas que no son suyas- e incluso la cooperación antiterrorista.
Todos estos asuntos son de gran importancia para España, y por eso los sucesivos gobiernos españoles han tratado siempre de mantener las mejores relaciones posibles con el vecino del sur. Pero todo tiene un límite, y probablemente se ha alcanzado ya. Ceder ahora al chantaje solo puede tener como resultado el aumento de la presión sobre nuestro país, que después del Sáhara se trasladaría a otros ámbitos. España, como responsable última de la situación en el Sáhara, no puede reconocer sin más la soberanía marroquí, aunque podría respaldar un acuerdo entre Rabat y los saharauis, si estos lo aceptaran.
En la situación actual es imprescindible mostrar una posición de firmeza y obligar a Marruecos a respetar las normas de convivencia internacional. España debe exigir el respaldo incondicional de la Unión Europea en este envite, con hechos, no con palabras, llevándolo si es preciso al Consejo Europeo; y, en particular, el apoyo de Francia, el valedor europeo del régimen marroquí. Si el Gobierno de Madrid muestra suficiente determinación, ni Francia ni la UE tienen, por razones obvias, ninguna posibilidad de negar ese apoyo.