Albert Rivera, ni come ni deja comer

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Kiko Huesca | Efe

18 may 2021 . Actualizado a las 09:18 h.

Albert empezó desnudo en la política. Utilizo solo el nombre, porque en el universo de la nueva política se llevaban las formas distendidas, el tuteo, el buen rollo. Albert inventó en Cataluña una fórmula que despegó como un cohete. Seguía desnudo, de cara, sin dobleces. El partido naranja se convirtió en un fenómeno efervescente. Se lo compramos en el resto del país. Él buscaba con intención el puesto de medio centro, el caladero de los que no quieren ver otra vez a España a palos, pero sus malas decisiones nos llevaron a las feas y estúpidas trincheras.

Albert se cargó su propio invento con su ambición sin límites, con sus ojos depredadores. Y dejó a Inés del alma mía, otra buena política, convertida en una san Sebastián asaeteada por todas partes. La apuesta de Ciudadanos tiene ahora poco futuro, o ninguno. Ser de centro es una decisión meditada que viene del razonamiento, y España es un país de bandazos. Ahora España vuelve a estar enfrentada y lo que se llevan son los disparates y las políticas cosméticas que vienen del sentimiento, donde la razón poco o nada tiene que hacer. Es una pena.

Albert dejó herido de muerte el movimiento que creó. Fue un filicidio político. Lo que no tiene sentido es que, aunque él lo niegue, esté cayendo en una fase muy típica de algunos ex, ni come ni deja comer. Coquetea con participar con el PP en unas jornadas justo cuando su partido celebrará en julio la asamblea de refundación, que tiene pinta de ser más bien una ceremonia de refundición (o de defunción). Es difícil hacerse un hueco cuando te han colgado el sambenito de cambia chaquetas. Justo al partido que buscaba el fiel de la balanza, que quería ser el centro de los acuerdos y no la diana de los radicales.

Pero los que vamos teniendo una edad démosle a la tecla del rewind. 24 de febrero del 2016, los números no salen, pero Sánchez y Albert firman un pacto para formar un gobierno reformista, en el que invitan a participar a todos los partidos, de la izquierda y de la derecha. Estábamos ante la posibilidad, el embrión, de una España cabal, no en manos de los secesionistas ni de los separatistas.

25 de julio del 2019, los números salen. Cs se ha hecho mayor. Pero su líder Albert, como si fuese al revés en el tiempo, como Benjamin Button, ha perdido la adultez para convertirse en un adolescente que lo quiere todo, no le vale una parte. Y corta aquella mano de Sánchez que había apretado y se dedica a la agresiva y famosa cantinela, absurda por contundente, sin matices, de con «la banda de Sánchez no voy a ningún lado».

Creyó que sería la alternativa, el número uno, el inquilino de la Moncloa, y estaba acuchillando la utilidad razonada por la que nació Ciudadanos. Cargándose la bisagra del sentido común. La rabia de la ambición se lo llevó por delante. Pero un político nunca deja de serlo. No soporta el mono de que el móvil deje de sonar. Y ahí está como el perro del Hortelano, molestando a Inés todo lo que puede. Ojalá fuese, parafraseando un párrafo de Javier Marías en su monumental novela Tomás Nevinson, como «una sombra que pasó y no dejó huella, (apenas) una niebla ahuyentada por el viento y por las campanadas (campanas que, no se entera, tocaron por él)».

De vicepresidente a nadie.