¿Cabeza de ratón o cola de león?

Javier Gómez Taboada ABOGADO TRIBUTARISTA. SOCIO DE MAIO LEGAL

OPINIÓN

02 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La tan cacareada armonización fiscal en el Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones (ISD) es más compleja de lo que parece, pues, entre otras cosas, ofrece numerosas y muy sensibles aristas.

Aquel célebre y centrífugo «café para todos» que trajo la descentralización, provocó un desenfreno regulador mediante el que las comunidades autónomas dieron rienda suelta a sus apetencias tributarias, unas incrementando el ISD y otras reduciéndolo. El singular fenómeno foral (léase País Vasco y Navarra) no es, ni mucho menos, ajeno a ese caos impositivo; tan es así que malamente puede abordarse este sin aclarar el encaje último de aquél.

Y es que, a día de hoy, no parece que la feroz competencia fiscal entre comunidades autónomas arroje un saldo de incremento de riqueza a nivel nacional; más bien todo apunta a que es un juego de suma cero. Así pues, la lógica lleva más a apostar por convertir España en un destino tributariamente atractivo en su globalidad que por derrochar esfuerzos en luchas intestinas que malamente reportan un beneficio a su conjunto.

Por ello, lo primero que debe definirse -como en tantas otras cosas- es qué modelo de Estado queremos y, una vez despejada esa incógnita, si la tarifa plana del ISD debe ser al alza o a la baja respecto al variopinto escenario con el que hoy convivimos. Aclarar estos extremos no es fácil, pues inciden de un modo directo en la corresponsabilidad fiscal; toda una asignatura pendiente -¡otra más!- en nuestro entramado institucional. Y es que mientras que las comunidades son las grandes gastadoras (sanidad, educación y servicios sociales absorben elevadas sumas), por el contrario recaudan poco, muy poco; sin embargo, el Estado, siendo el gran recaudador, no presta servicios sociales tan sensibles. Con el sistema actual, un ciudadano medio lo tiene difícil -¡muy difícil!- para evaluar con criterio la gestión de la comunidad en la que reside; y, así, malamente puede manifestar su apoyo (o, por el contrario, su crítica) en las urnas…

Además, el ISD es un impuesto con una dificultad intrínseca añadida: social, y hasta psicológicamente, se ve como una sobreimposición, habida cuenta de que el transmitente ya habrá tributado por esa misma riqueza al gravarse en vida la renta con la que la financió. En este punto habrá que hacer un especial esfuerzo pedagógico; algo que hoy ni está ni se le espera en nuestro maltrecho sistema fiscal. #ciudadaNOsúbdito