Don Xosé

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

01 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La luna entra en cuarto menguante. Las sombras de la noche se diluyen en la oscuridad y, según decían los mayores, la savia de los árboles baja de los tallos a la raíz. Igual la sangre se agria también, desciende a los pies y ya la cabeza piensa al ralentí. Por eso llegan esos ecos agrietados de la crispación desde la Meseta. Será que los cuernos de Selene arremeten con furia contra la muletilla de la concordia. Claro que allí nunca han podido escuchar a un cura que conozco. Es de esos que aún llevan gorra, gafas semioscuras y bastón, y de paso ligero pese a su provecta edad. Don Xosé no es un soldado de la Iglesia porque él es hombre de paz. Es de esos curas que lee el Evangelio por el derecho. De hacerle una escultura habría que ponerle los libros sagrados en una mano, y en la otra, las poesías de Rosalía de Castro. Es callado, pero cuando sube al púlpito encandila. Sus escritos están cargados de poesía y convierte carballeiras y ríos en parajes de ensueño y envueltos en perfiles fantásticos. También tiene sus secretos. Los escribe en su diario en latín para que nadie se los lea. La lengua de Virgilio es como la llave del alma y no necesita que la tire al río para que nadie la encuentre y pueda interpretar sus renglones más íntimos. No hay como poner las barreras del saber para proteger el patrimonio intelectual. Interpone una montaña difícil de alcanzar para evitar que husmeen en sus pensamientos. Son tesoros enterrados en un manto de sabiduría, esa gran muralla que para treparla se necesita mucha humildad, como la suya. Al fin y al cabo debe saber que nadie llega a ser tan poderoso que quede libre de las desgracias.