Tren a Madrid

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

BENITO ORDOÑEZ

28 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

De aquel Madrid de finales de los ochenta apenas queda la imagen borrosa del entierro de Tierno, el último alcalde popular que el PSOE tuvo en la ciudad. «El pueblo no estaba enlutado, sino silencioso como si hubiese caído una nevada», escribió de aquel sepelio Francisco Umbral, conmovido por el millón de personas que el 19 de enero de 1986 despedían al regidor de la movida, el cheli y la teta de Susana Estrada. Acudíamos entonces los de provincias a la ciudad con las expectativas altas y el umbral de aventura por los suelos, pero enseguida aquel lugar que habías soñado se te mostraba como una gran aldea, acogedora y humilde, y era ese perfil bajo donde el mar no se puede concebir el que conseguía que la ciudad se te pegara a la piel como si siempre hubiese sido tuya.

Hubo otros descuidos antes de Ayuso, porque en Madrid habita una propensión inevitable al sainete chabacano. Ahí estuvo aquel sheriff llamado Matanzo que rociaba con zotal las aceras para espantar a yonquis y prostitutas; la política pasmada y matrimonial de Ana Botella o el mismo aguirrismo de Esperanza, con su prepotencia arrabalera que confunde el tamaño con la categoría y que escruta a los ejemplares que llegan de fuera con la condescendencia de quien se cree el dueño del zoológico.

Pero en general, cuando se piensa Madrid en la distancia se percibe su disposición acogedora y descuidada, una forma muy cava baja de ser hospitalaria, una vocación por integrarte y pasearte por calles que no son monumentales pero sí imprescindibles, y arriba ese cielo increíble. Por eso duele este adjetivo reciente de Madrid, magreada a esta hora por quienes no la quieren y puede que no la entiendan. Sentenció Sabina: «Madrid lo hicieron entre Carlos III, Sabatini y un albañil de Jaén, que era el que se lo curraba». Siempre hay un tren que desemboca allí.