Los vientos de libertad que soplaban en los setenta llevaron a muchos jóvenes a recorrer el sur de Asia en viajes improvisados con solo una mochila y el presupuesto invertido en bonos de viaje. Así nació la ruta hippy, un camino iniciático y alucinógeno cuya meta era llegar lo más lejos posible de la sociedad burguesa y capitalista. En ese sendero, un puñado de trotamundos vieron truncadas sus vidas al cruzarse con un criminal monstruoso que se acercaba a ellos con el olfato suficiente para darles aquello que cada uno más necesitaba. En el fondo, despreciaba el buenrollismo de esa bohemia occidental, pero no dudaba en lincharla para robar sus pertenencias y quedarse con sus identidades. La figura gélida y subyugante de Charles Sobhraj es el eje central de La serpiente, la serie de la BBC y Netflix que permanece situada desde su estreno entre lo más visto de la plataforma. La historia, basada en hechos reales aunque construida sobre la ficción, ahonda en ese género de éxito que alumbran los asesinos en serie. Su trama resulta absorbente por una ambientación y una estética que envuelven de glamur al traficante sociópata capaz de seducir a sus cómplices y a sus víctimas hasta anular sus voluntades con intuición y con ayuda de la química. Sus ocho episodios discurren con agilidad entre sus fechorías y la lenta burocracia diplomática, aunque el empeño por sorprender huyendo del relato cronológico acabe agotando al espectador con tanto salto temporal innecesario.