Es indudable que lo que propone Álvaro Cunqueiro con su obra no es una forma de escribir, un estilo. Lo que Cunqueiro inventa es una manera distinta de ver la vida. El juego constante, la fábula, la conexión universal borgiana de la literatura. No se sabe qué es lo más extraordinario, si Merlín que vive con la reina Ginebra en tierras de Miranda, o la propia región. Porque Mondoñedo poco tiene que envidiar a Camelot o Macondo. Ahora que José Besteiro -productor de televisión, periodista y escritor- y un servidor de ustedes publican juntos Un hombre que se parecía a Cunqueiro (parafraseando una de las grandes novelas de aquel), reaparece en escena el mago de la ficción, el inventor del realismo mágico, con una nueva e inédita identidad. Y con una carta en la manga, la carta escrita desde la cárcel de Lugo, demostrando que allí estuvo por delitos comunes en los primeros años del franquismo, al cual quiso arrimarse buscando cobijo y del que se vio expulsado sin contemplaciones. José Besteiro, pariente, paisano y admirador de Álvaro, va por la vida rodeado de serpentinas, inventando la magia cuando no la encuentra. Mago Merlín de la ficción, creando lo que no existe, pero debería existir. Hay una nostalgia de lo mágico o de lo imposible como cuando uno siente añoranza de épocas que no ha vivido. El niño Besteiro que no se resigna a abandonar el territorio geográfico y crónico de su infancia. Besteiro, el hombre que se parecía a Cunqueiro. Pues resulta que va a ser verdad.