
Desde esta esquina privilegiada, desde donde se ve más de lo que se imagina, asistimos algo perplejos a esa batalla política y mediática donde Madrid y Cataluña ocupan todo el espacio social y político. Pareciera que el debate político se redujera a un inacabable partido de fútbol de la Copa del Rey, donde hubiera que tomar partido, y nunca mejor dicho.
Para intentar poner algo de luz en esta situación, quizás nos sirva de referencia el recientemente acuñado concepto de «polarización afectiva», que se define como la creciente polarización en torno a los sentimientos y actitudes hacia los líderes y los partidos políticos. Según recientes estudios demoscópicos, la polarización afectiva estaría creciendo en España en los últimos años, de la mano de otros fenómenos como la fragmentación política o la propia polarización ideológica y territorial, donde la pandemia no habría hecho sino exacerbar esa tendencia.
De forma inédita en nuestro sistema político, se está creando una doble y retroalimentada brecha entre Cataluña y Madrid, de forma que los dos ejes de competición partidista, que se comportaban de manera relativamente independiente en la política española -el territorio y la ideología-, ahora aparecen cruzados e interconectados. Hasta hace unos años los partidos nacionalistas reclamaban su espacio de representación esencialmente sobre una base nacionalista y territorial. Al contrario, los partidos nacionales, encontraban en la cleavage ideológica su espacio de confrontación. Pues bien, en la actualidad el crecimiento de esa polarización afectiva expresa la fusión identitaria de territorio e ideología, en un espacio de intensa confrontación donde el eje izquierda-derecha se cruza e identifica con el de nacionalismo-españolismo.
En mi opinión, la polarización en general, y muy en particular la polarización afectiva, no mejoran nuestro sistema político, ni la convivencia. Además, la polarización afectiva se refiere básicamente a sentimientos en relación al territorio y a la identidad. Así que mientras se discute la cuestión de quiénes somos y no somos, se achica el espacio de debate sobre las políticas públicas, que son las que realmente impactan en el bienestar de los ciudadanos y ciudadanas.
Rebajemos el nivel de crispación, y centrémonos en la discusión de las políticas. Doña Emilia decía que «Madrid era audaz, jaranero y curioso», dejemos que lo diferente no sea lo contrario, sino lo interesante por descubrir y de lo que aprender.