La analéctica en estado puro

OPINIÓN

J. Hellín. POOL

22 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La analéctica es un término polisémico, por no decir impreciso, con el que algunos filósofos se refieren a un método mixto, mezcla de analogía y dialéctica, que facilita el acceso a una filosofía comprometida y liberadora. Pero yo recibí este concepto del profesor López Quintás, catedrático de Estética de la Complutense, que, contraponiéndolo a la dialéctica, tenía un significado distinto. Si la dialéctica es un método de conocimiento que surge del choque de tesis contradictorias, que, expuestas sobre idéntico plano, genera un conocimiento sintético y progresivo, la analéctica -decía López Quintás- es una exposición de tesis hecha sobre niveles lógicos incompatibles, que, por esa razón, nunca chocan, y que, en vez de producir energía creadora, solo generan barullo y confusión.

Me quedo con López Quintás -pidiendo perdón por el rollo- para decir que el debate televisivo de ayer, que reunió a los seis espadas de la batalla de Madrid, fue una exhibición de analéctica pura, de la que salió mucho barullo y mucha dispersión, sin dar lugar ni a una pequeña síntesis, ni a un posible cauce de cooperación constructiva. Parece mentira que, en plena era de la comunicación, cuando se exige agilidad discursiva y diálogo abierto y multiforme, los debates electorales no sean más que soliloquios intrascendentes, desarrollados sobre un tablero ortogonal, en el que los candidatos actúan como fichas movidas por asesores que, adictos al catenaccio dialéctico, solo se preocupan de no encajar goles. Y así, bien se sabe, no hay fútbol ni hay debate, sino rollos insoportables, y perfectamente predecibles, que solo siguen con interés los que esperan que alguien pierda los papeles y genere espectáculo boxístico.

Este tipo de debates, programados y encasillados, son perfectamente inútiles, porque entre Ayuso e Iglesias -que ayer intentaron representar los bloques que en realidad se enfrentaban- solo puede haber analéctica estéril, mientras los demás intentan hacerse visibles, con retórica pueril, para ocupar plaza en los comentarios de hoy. El único debate que tendría sentido sería el que enfrentase a Ayuso con Gabilondo, que, además de encabezar las opciones reales, podrían debatir, si quisiesen, en un plano dialéctico y creativo. Porque esperar una dialéctica creativa con los ingredientes que allí confluyeron es como pedirle peras al olmo, alegría a Gabilondo o rigor a los populistas.

Por eso creo que, contra lo que dice la opinión correcta, este tipo de debates son tiempo perdido. Porque los pocos que los siguen solo esperan el espectáculo de la confrontación incorrecta, como si el lunes tocase Rocío Carrasco, el martes Bosé y el miércoles los líderes que encarnan este Madrid identitario que tan abraiados nos tiene. Calificaciones finales: Bal 8, buen predicador sin púlpito. Monasterio 6, solo habla para los suyos. García 5, previsible y sin gracia. Iglesias 3, pedante y demagogo. Gabilondo 2, triste y solo, como Fonseca. ¿Y Ayuso? Salió intacta del asedio. Muy lista.