El Imperial

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

07 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Los estrechos butacones de terciopelo del cine Imperial de A Ramallosa provocan el mismo efecto de una magdalena. A Proust el olor del dulce al sumergirlo en el té le disparaba la memoria como si fuera la chispa que prende un incendio, y algo igual de poderoso sucede cuando te dispones a disfrutar de una película tras comprar la entrada en la pequeña taquilla y ser conducida al asiento por una linterna tras la que apenas intuyes a un ser humano.

El Imperial lo abrió en 1948 Latino Salgueiro, un nombre inmejorable para un oficio maravilloso que él estrenó con una sesión doble en la que proyectó El arco mágico y La vida de Paganini. Aventurados como andamos en la distopía más ramplona, deslumbra pensar qué emociones habrá albergado la misma sala en la que la semana pasada se proyectaba Hope, una conmovedora película noruega a la altura de lo que el Imperial representa. Don Latino levantó su utopía sobre un viñedo con las reservas de una familia de médicos y sacerdotes que quizás desdeñaron el ímpetu indestructible de un soñador. Setenta y tres años después la sala sigue abierta, como si fuera un delicado y modesto estandarte de una forma de entender la vida con las prioridades sintonizadas en la frecuencia adecuada. Latino Salgueiro moría en el año 2013 pero el viernes de Pascua su sala seguía compartiendo la magia que es el cine. Afuera el virus merodeaba, pero durante las dos horas largas que duró la película los de dentro fuimos los mismos que todos los millones que han entrado en el Imperial en las últimas siete décadas. Igual que se preserva una catedral, el cine de don Latino debería estar ahí para siempre. La modernidad es un sencillo cine abierto en 1948 que el viernes proyectó esperanza.