Pendiente esperpéntica

Abel Veiga AL DÍA

OPINIÓN

MARCIAL GUILLEN

19 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta ha sido, sin duda, la semana de mayor voltaje político desde las últimas elecciones generales. Todo arrancó en Murcia, en una noche desesperada de lucha por el poder de un partido en agonía y se ha vuelto como un bofetón bumerán hacia Madrid e incluso la Moncloa. Iglesias juega a la destrucción propia, o quizá la última redención. Catorce meses en el Gobierno bastan, y más si el poder es pírrico. La descomposición que sufre Ciudadanos, lejos de reventar el desolado panorama político español, lo enfrenta a sus propios demonios, el esperpento. La deriva por la que se precipita un sistema donde pesan más las poltronas y atalayas de poder y su retención, sea quien sea al final su patrocinador último, que los intereses y preocupaciones de los ciudadanos. Estos distan igual de lejos que ayer, mientras los cenáculos del poder y los reservados de los buenos restaurantes humean bambalinas y tejemanejes de poder por poder.

Lo vivido en Madrid y Murcia convulsiona absolutamente la monotonía estridente de la política actual. Todo se polariza, y más que se va a polarizar en las próximas semanas. Un todo o nada entre Ayuso e Iglesias. No habrá otros actores secundarios, los dos copan el proscenio. Ni Casado ni Sánchez. Pero todos esperan recoger frutos. Ciudadanos está al borde de la desaparición y nunca como en estas elecciones el electorado irá a lo que ve como voto útil. Y en esto pueden penar socialistas, Mas Madrid y también Vox. Y no es una contradictio, el rechazo moral a lo vivido no implica ya desdén e indiferencia hacia la clase política y la política en general, sino que, con la grave crisis de corrupción que vive este país desde hace décadas, significa una indiferencia grave y quizá cierta desafección a la democracia misma. España y la política necesitan una regeneración de arriba abajo política, institucional, social y económica que pocos o nadie quieren hacer, y lo que es peor, no saben cómo amputar y cortar la gangrena. Malos síntomas de un tiempo y una realidad poco indisimulada y muy cambiante para caer siempre en las mismas redes de la autocomplacencia, la hojarasca y la costra que devora la dignidad, la ejemplaridad y la libertad al fin y al cabo.