¿Dónde comienza el transfuguismo?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

MARCIAL GUILLEN

19 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La implosión de Ciudadanos como consecuencia de las profundas diferencias que en el partido naranja ha provocado el repentino giro estratégico decidido, sin contar con nadie, por su máxima dirigente y algunos de sus más fieles aliados ha vuelto a colocar en primer plano la cuestión del transfuguismo, de larga tradición no solo en la política española sino en la de las democracias organizadas sobre las asociaciones partidistas: es decir, todas las del mundo.

Un partido, como cualquier organización, tiene un estructura jerárquica, a la que sus miembros aceptan libremente someterse, de forma que cuando estos llegan a la conclusión de que sus principios o intereses son contrarios a los que rigen la vida de su organización lo lógico es dejarla, asumiendo los costes que tal abandono lleve aparejados.

Lo que hace peculiares a los partidos es que aquellos colocan con sus fondos (en ciertos países, España entre ellos), y bajo el amparo de sus siglas (en todos), a algunos de sus afiliados en cargos públicos de diversa responsabilidad, esperando, en consecuencia, con razón, que los así electos se comportarán con la necesaria disciplina. Por tal motivo, cuando uno de esos miembros deja la organización, bien para irse a otra, bien para convertirse en independiente, lo habitual suele ser calificarlo como un tránsfuga.

Esa situación es sin embargo completamente diferente a la que se produce en un partido cuando aquel, por la razón que sea, estalla internamente y comienza en él un proceso de verdadera desbandada. ¿Fueron tránsfugas quienes se fueron de UCD en la fase final de voladura del partido? ¿Lo fueron quienes abandonaron el PNV para fundar Eusko Alkartasuna? ¿O los que marcharon de la Alianza Popular gallega en un momento en el que aquella, que por falta de mayoría no podía gobernar, entró en una parálisis que imposibilitaba la propia gobernación de la comunidad?

Para volver a la actualidad, ¿son tránsfugas las docenas de altos cargos -diputados nacionales, senadores, representantes autonómicos, concejales- que, en una cascada imparable, están abandonando Ciudadanos (renunciando o no a su cargos) en lo que constituye ni más ni menos que una auténtica ruptura del partido derivada del giro en la política de alianzas decidida por Inés Arrimadas, se ve ahora que sin medir sus fuerzas en la organización que lidera(ba)?

No lo parece: más bien da la sensación de que estamos ante una nueva disolución partidista, proceso que suelen comenzar así precisamente: con una huida general, que culmina en la disolución legal de una organización una vez que en ella quedan solo cuatro y el de la guitarra.

Por eso no hay que dejarse impresionar por las acusaciones de quienes, de acuerdo con Arrimadas, ayudaron a desencadenar el terremoto que probablemente acabará con Ciudadanos: porque hay ocasiones -y esta podría ser una de ellas- en la que los que se van son quienes de verdad representan la cultura de un partido que han acabado traicionando quienes los han forzado a abandonar.