Emulando el viejo tema el Rock de la Cárcel (Jailhouse Rock), del genial Elvis Presley, pido prestado el título para componer desde la cárcel un rap ripioso que bien podía interpretar ese pseudo cantante popular, líder de la provocación primaria y autor del cedé Canciones para la revuelta y la soledad, que es todo un manifiesto y un presagio de la reacción desmedida de las manifestaciones y algaradas tras su ingreso en prisión. Me estoy refiriendo a Pablo Hasel, versificador primario de un catálogo de insultos y amenazas que enmascara convirtiéndolos en falsos temas de rap.
Saludé en su momento el fenómeno de denuncias de la periferia urbana, cuando el desgarro y la impotencia hizo nacer el rap a semejanza de los versos desesperados de los jóvenes de los guetos norteamericanos. E incluso presté atención a los pioneros españoles del género, como Los violadores del verso, El Chojin, o Siete notas siete colores, que elaboraron propuestas musicales desde el interés de una música aparentemente reiterativa.
Eran los herederos de la regueifa gallega elevada a la exageración urbana, o del popular trovo murciano, al que asemejaban en su espontaneidad creativa y cotidiana.
Pero involucionó hasta convertirse en arma política, en banda sonora de la revuelta y la algarada, en un himno para provocar que arrojaban a las fuerzas de seguridad, en la música de los incendios de los contenedores, en la pira del mobiliario urbano que es destrozado en las protestas, antes de saquear comercios.
Una suerte de anarquía juvenil sin bases teóricas justifica la movilización por la libertad de Hasel. Un punto de encuentro de antisistemas, okupas, compañeros de viaje del independentismo catalán, perroflautas de fin de semana y militantes organizados del eje que vertebra la guerrilla urbana, el black bloc, conformaron las organizadas «manifestaciones espontáneas» que destrozaron durante varias noches, con toque de queda incluido, el centro de Barcelona y, en menor medida, las calles de Madrid, Valencia o Bilbao.
Fue, es, el rap de la cárcel, el hip hop carcelario de Hasel, convocando a la muchachada, a la «juventud alegre y combativa», a las huestes de la progresía marginal para que salgan a la calle vestidos de antifascistas de guardarropa.
Solo faltaba Valtonic, otro que tal baila, desde su exilio de Bélgica, actuando de palmero, o la sintonía del rap radical y brutal del rapero francés Maka, para inaugurar la versión hispana de los chalecos amarillos galos, que hicieron de la revuelta el mensaje de cada fin de semana. El Rock de la Cárcel es un clásico, lo que nunca será el rap de la cárcel de Pablo Hasel.