Guastavino

Javier Armesto Andrés
Javier Armesto CRÓNICAS DEL GRAFENO

OPINIÓN

Cubierta de Guastavino en el Registry Room o Great Hall de Ellis Island, Nueva York, donde los inmigrantes pasaban los exámenes médicos y legales
Cubierta de Guastavino en el Registry Room o Great Hall de Ellis Island, Nueva York, donde los inmigrantes pasaban los exámenes médicos y legales J. ARMESTO

18 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En España es un desconocido, pero a Rafael Guastavino Moreno (Valencia, 1842) cuando murió la prensa de Estados Unidos lo definió como «el arquitecto de Nueva York». En realidad el título se queda corto, porque Guastavino construyó por toda la costa este del país norteamericano, aunque es cierto que fue en la Gran Manzana y en Boston donde dejó su mayor legado. Javier Moro recupera su historia en A prueba de fuego, donde novela la vida de Guastavino y su hijo, narrada por este último, y el ascenso y ocaso de su compañía entre finales del XIX y mediados del siglo XX.

Guastavino emigró en 1881 a Nueva York desde Barcelona, donde se había formado como maestro de obras y hecho encargos de relevancia como la fábrica Batlló. Pero el hombre era un desastre en los negocios y en su vida sentimental, y, mientras su esposa y sus tres hijos mayores se marcharon a Argentina, él decidió probar suerte en la ciudad de los rascacielos. Fue allí con su otra mujer -llevaba una doble vida y llegó a ser bígamo- y el hijo que había tenido con ella, que se quedó con él. En un país sin referencias de la arquitectura clásica y popular mediterránea, su patente de una bóveda tabicada de ladrillo plano, más ligera y rápida de construir que la tradicional -no necesitaba cimbra-, y además ignífuga, fue una revolución.

No lo tuvo fácil, se arruinó y le costó que los arquitectos locales confiaran en él, pero finalmente la tecnología se impuso y le llovieron los encargos. La lista de trabajos de la Guastavino Fireproof Construction Company es abrumadora: levantó bóvedas, arcos y todo tipo de ornamentaciones en la biblioteca pública de Boston, las estaciones Grand Central y Penn Station de Nueva York, el metro, el Carnegie Hall, los museos de historia natural de Nueva York y Washington, el edificio de la Corte Suprema de EE.UU., el capitolio de Nebraska, la residencia de los Vanderbilt en Asheville, iglesias, puentes, mercados... Más de mil edificios, entre los que sobresalen dos obras de gran simbolismo: la cubierta del pabellón que recibía a los inmigrantes en Ellis Island y la cúpula de la catedral de San Juan el Divino, en Manhattan.

No voy a destriparles el final. Solo un apunte: la patente de Guastavino se conoce hoy como «bóveda catalana» y Rem Koolhaas, en Elements of architecture, le dedica dos páginas a «Rafael Guastavino, from Catalonia». Así se inventan los mitos.