La herencia de Sócrates

Cristina Gufé
Cristina Gufé AL DÍA

OPINIÓN

28 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Imaginemos a Sócrates buscando ocasiones para conversar con aquel que estuviera dispuesto a reconocer su ignorancia para sentir deseos de buscar el conocimiento extrayéndolo de su interior con la ayuda del diálogo; imaginémoslo contemplando detenido todos los siglos que se presentarían después con cientos de herederos labrando incansables el sendero que él abrió con el surco de su afán en la búsqueda del saber; imaginemos su rostro sorprendido cuando conoció a un discípulo -Platón- dispuesto a recoger el legado, darle forma, fruto, y lanzar a la historia ese cauce invisible y racional que iba a desembocar, por ejemplo, en un congreso de médicos en el siglo XXI poniendo en común sus avances entre todos hallados y compartidos.

Porque quizá nos pase desapercibido que la constitución de la Ciencia como saber universal -válido para todos los seres humanos- es una conquista socrática que dejó en herencia a la cultura occidental. Lo más curioso es que ese fruto potente surgió a partir de una frágil semilla como fue una preocupación moral. Sócrates exigía que el Bien fuera una conquista del saber, de la objetividad del conocimiento, y esto fue algo que desarrolló su discípulo Platón al crear la metafísica.

Cuando Sócrates pedía la definición del Bien moral intentaba acercarse a la verdadera realidad de las cosas, llámese el Bien o, como más tarde podríamos referirnos, por ejemplo, a la causa de la fiebre, al comportamiento de las células o a la ley de la gravedad. Un puente desde lo invisible hasta lo empírico y visible se ha construido a través de siglos de ciencia. Desde investigar la naturaleza del Bien moral -lo que Sócrates hacía en el siglo V antes de Cristo- hasta visualizar, por ejemplo, en un microscopio un microorganismo han pasado muchos siglos. La ciencia exige observación; el Bien no se puede observar, pero sin esa búsqueda incansable de Sócrates hasta morir por sus ideales la ciencia no hubiera sido posible. Lo visible es deudor de lo invisible. Tal vez un avión, la electrónica, la física y la biología actuales que los seres humanos construyen en común no existirían como tales sin los paseos atenienses de Sócrates y la imperiosa necesidad de conocer cómo ser buenos para ser moralmente buenos.