Defender la esperanza y el miedo

Patricia Fernández Martín LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

María Pedreda

17 ene 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Inicio del 2021. Sin aliento, asistimos a una secuencia de acontecimientos en cadena que nos movilizan emocionalmente: la llegada de las primeras vacunas, el asalto al Capitolio, los contagios que no decaen, los confinamientos perimetrales y… la gran nevada histórica. El corazón en vilo. Demasiados estímulos.

Durante el sábado 9 de enero, el centro de la Península se convirtió en un parque de atracciones. Las caras de amargura, tristeza y pesar de los últimos meses dieron paso a caras de asombro y de felicidad. Esquiadores frustrados, niños, vecinos, amigos disfrutaron de la nieve que, por unas horas, les hizo olvidar el peligro que significa estar inmersos en una pandemia que no cesa. A los que no viven en el centro les llamó la atención cómo se divertía la gente haciendo un simple muñeco de nieve o tirándose en trineo.

El instinto del placer y de la diversión lleva reprimido demasiado tiempo. Y eso agota. Y la esperanza se pierde por momentos. Pero no es justo dejarse abandonar ahora. Aristóteles definió la esperanza como «el sueño del hombre despierto».

Los despiertos son muchos vecinos que, pico y pala, aderezan las calles y las hacen algo más transitables después de la nevada. Personas anónimas cediendo sus coches para llevar a pacientes y a sanitarios a los hospitales en medio del caos. El personal que consiguió que las donaciones de órganos no se interrumpieran durante las horas críticas del temporal. La gente que buscaba la manera de donar sangre. Estas conductas representan la esperanza compartida y en plural, que definía Bertrand Russell, en contraposición a la vanidosa y narcisista del triunfo personal.

Porque nunca habíamos deseado algo con tanta fuerza juntos: el fin de una pandemia. La esperanza en que la vacuna nos inmunice pronto nos hace ser más exigentes en nuestras acciones. Toca ser responsables para volver a divertirnos en nuestro parque de atracciones particular.

La felicidad, hoy por hoy, consiste en ser prudentes y vacunarnos cuando nos toque. Si dudamos, recordemos lo que dice Irene Vallejo en su libro El infinito en un junco: la esperanza de transformar el mundo siempre tiene la razón.

Muchos han pasado con Filomena del alborozo de bajar La Castellana esquiando al miedo de romperse una pierna. Las restricciones del norte con el cierre de bares y de gimnasios nos impresionan. Lo colectivo y lo individual se entremezclan. Es necesario sentir el miedo. Nos ayudará a controlar el ansia de normalidad porque ambas emociones, miedo y esperanza, son caras de una misma moneda.