No es la monarquía, estúpido

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

J. Hellín. POOL

27 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La polémica sobre el discurso de Nochebuena del jefe del Estado es tan irrelevante que se escapa de las manos: ni las palabras del rey, fueran las que fueran, tenían posibilidad alguna de encauzar un debate trufado de trampas e imposturas; ni el fondo del asunto para las fuerzas antisistema que aspiran a derrocar la monarquía es lo que diga o deje de decir Felipe VI, sino utilizar el creciente desprestigio de su padre para imputarlo a la Transición que posibilitó la democracia y a la Constitución que nació de aquel cambio verdaderamente histórico.

Siguiendo un dicho popular («Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre») el rey aprovechó la ocasión para proclamar con claridad que «los principios éticos están por encima de las consideraciones familiares», lo que no deja lugar a dudas sobre cual sería su actitud si llegase a verse obligado a tener que elegir entre sus afectos y sus obligaciones. Pero no era eso lo que querían Podemos y los independentistas de extrema izquierda, sino que Felipe VI se humillase en público y en directo ante millones de ciudadanos, colocándose así en suerte para el degüello político que persiguen quienes saben que la monarquía no se sitúa, ni de lejos, entre las preocupaciones de los españoles: según el último barómetro del CIS, únicamente un 0,3 % de los entrevistados mencionan el de la monarquía como uno de los principales problemas del país.

¿Por qué, pues, esa insistencia en tratar de colocar en el centro de la agenda un asunto que no le preocupa a casi nadie, lo que es lógico, teniendo en cuenta lo funcional que la monarquía lleva siendo desde 1977 para nuestro sistema democrático? Es sencillo: porque la finalidad de los republicanos no es la monarquía o, mejor dicho, porque la monarquía no es más que el primer muro de contención a derribar para alcanzar su auténtico objetivo: la demolición de todo el edificio político y jurídico de la Constitución de 1978, paso previo para acabar con la unidad del Estado que aquella proclama como uno de sus principios esenciales.

Por eso, porque Podemos y los independentistas saben bien que jamás se alzarán con la victoria que persiguen si no colocan al PSOE de su lado, tratan con todas sus fuerzas de romper los dos únicos anclajes que aun le quedan al socialismo gobernante con la democracia de 1978: la monarquía y la unidad estatal. Sobre el primero, el sanchismo lleva años mareando: desde la España plurinacional a su fantasmagórica reforma federal. Pero sobre la monarquía no hay más cera que la que arde: o se está a favor de la prevista en la Constitución o se está en contra. Y es ahí donde los antisistema han planteado su batalla, no solo para acabar con la Corona sino con lo que su pervivencia garantiza.

Parafraseando el lema que se popularizó durante el enfrentamiento electoral entre Clinton y George Bush («Es la economía, estúpido») también ahora hay que desvelar de qué estamos hablando en España en realidad: no es la monarquía, estúpido. Es la Constitución.